COLONIALISMO Y MESTIZAJE:
UN ACERCAMIENTO AL LIBRO EL ESPEJISMO DEL MESTIZAJE DE JAVIER SANJINES
Últimamente y a raíz de los cambios históricos que se han venido dando en nuestro país, ha cobrado actualidad las temáticas ligadas a la identidad, etnicidad e indianidad. Prueba de ello, es la importante obra El espejismo del mestizaje de Javier Sanjinés que a lo largo de 221 páginas y 4 capítulos, nos trata de mostrar cómo el discurso del mestizaje opera como un mecanismo de legitimación social y política del poder en nuestro país. El presente trabajo trata de reseñar críticamente este libro.
Una de las vías de acercamiento que se puede establecer al libro de Sanjinés es a través del recurso metafórico de la mirada y de los ojos, a la que recurre una y otra vez nuestro autor, que tiene que ver con la idea de que toda representación de la realidad se la hace a partir de cierto “punto de vista”, lo que no es inocente o neutral ya que la misma genera epistemes discursivas que producen órdenes de verdad (Foucault), que tienen como misión clasificar, ordenar y, al final, disciplinar a la sociedad. Esto relacionado con los estudios poscoloniales, que son el sustrato teórico de Sanjinés, quiere decir que hay un tipo de orden de verdad nacida en los países occidentales, la misma que al ser utilizada por los intelectuales bolivianos es proyectada al conjunto de la sociedad, generando esquemas de dominación. Sanjinés nos indica que la mirada de los intelectuales bolivianos de las primera décadas del siglo XX es una mirada de “un solo ojo”, un ojo racional, que al concebir el mundo de manera dicotómica, concibe al indio como atrasado y premoderno.
Si bien esta postura está bastante clara en lo que respecta a Alcides Arguedas, quien claramente en toda su obra, pero en especial en Pueblo enfermo, sostiene que los cholos e indios son una rémora para el progreso económico, no lo está tanto en Franz Tamayo, quien en su obra, Creación de la pedagogía nacional realiza una durísima crítica al “bovarismo” de los reformadores educativos bolivianos de los primeros años del siglo pasado, que no proponían a la educación boliviana otra cosa que imitaciones simiescas de modelos educativos europeos. Tamayo exalta el alma indígena, hace radicar en ella la energía nacional; sostiene que se debe ser capaz de crear una educación y una cultura con base en lo nacional, evitando a toda costa ser un reflejo de Europa.
Sin embargo, nos señala Sanjinés, Franz Tamayo, pese a su proclamada defensa y alta valoración de lo indio, no cambia un ápice la perspectiva epistemológica de un solo ojo, que va desde afuera (lo occidental) hacia adentro (la otredad indígena) prescindiendo del propio indio (40). Como dice el autor “aunque Tamayo se empecinó en que creamos que había corregido la mirada del observador liberal-positivista, su punto de vista siguió siendo el mismo del colonizador europeo” (: 57), que de una manera paternalista proponía una educación de amor y paciencia para el indio y de fortalecimiento de la inteligencia para el mestizo. De esta manera, el mestizaje propuesto por Tamayo es sobre todo una construcción discursiva funcional a los sectores dominantes que se elaboró en el siglo XX para resolver el tema indio, ya sea para cooptarlos como para oponerse a ellos.
De esta manera es como debe entenderse la profunda repercusión que tuvo la obra de Tamayo en su época, sobre todo en el marco de una situación ideológica de la elite, que estaba necesitada de justificaciones de su dominación, que no fueran las mismas que se manejaban en el siglo XIX, que eran de simple negación de lo indio. Sostiene Sanjinés que Tamayo, al valorar lo indio y lo originario y situar la energía y vitalidad nacional en él, lo que hace es retomar lo indio pero convertido en un objeto vacío de contenido social, y estático desde el punto de vista histórico: el indio como categoría social es un objeto folclorizado, que relieva lo autóctono, que exalta las virtudes y la fuerza y vitalidad indígena, pero que esconde sus condiciones reales de vida y que para realizarse como la fuerza de lo nacional deberá ser conducida no por el cholo letrado, sino por los mestizos que había heredado de los blancos su inteligencia. Para Tamayo “el mestizo ideal era ese indio musculoso que llevaba en la cabeza al mestizo inteligente” (: 59)
Un elemento que resalta Sanjines es la diferencia que estableció Tamayo, entre el mestizo y cholo y la diferente valoración social que otorgó a cada una de estas categorías étnicas. De esta manera el mestizo está más ligado a las pautas culturales occidentales y a la estructura económica dominante, y lo segundos, los cholos, más ligados a lo sectores indígenas urbanos (alguna vez Tamayo había exclamado que él mismo no era un cholo sino un mestizo armónicamente constituido).
Al valorar lo mestizo y no lo cholo, el discurso intelectual de Tamayo se hace funcional a las necesidades de una elite que necesitaba negar el asenso social y político de los sectores subalternos. Superando el discurso positivista que oponía la civilización a la barbarie y que proclamaba la necesitad de las extinción de la raza indígena, se convierte en un discurso irracional y vitalista que promovía el rescate y valoración de lo autóctono.
Para Sanjinés, todos los artistas y pensadores de las primera décadas del siglo XX, más allá de sus posturas particulares, comparten la misma matriz epistemológica “de un solo ojo”, que no obstante exaltar e idealizar las virtudes de la indianidad ocultan al indio de carne y hueso. Esto es lo que pasa con las obras del pintor más destacado de entonces como Cecilio Guzmán de Rojas, quien en sus pinturas como Cristo Aymara, representaba un indio exótico, que era una “representación exprofesa de lo que los mestizos buscaban que el indio fuese” (: 85), y que ocultaba y negaba la cruel realidad concreta en la que vivían los indios de entonces. Se trata de una óptica disciplinaria que al representar un indio ideal, buscaba detener sus posibilidades de rebelión social y de contacto con los sectores cholo urbanos.
Retomando la metáfora de la mirada cíclope o de “un solo ojo”, para Sanjinés, los indios que plasma en el lienzo Cecilio Guzmán de Rojas parten no de la vivencia real del sujeto que es representado en la obra (el indio), sino que parten desde la mirada, idealizada, sin fisuras ni contradicciones, que tiene el pintor del indio. “En otras palabras –nos señala Sanjines- se está frente a un movimiento epistemológico que surge de una verdad universal, hegemónica, que debe ser aplicada a la cultura local, evitándose, cualquier otro movimiento que provenga del conocimiento local, y que pretenda cuestionar la supremacía de los valores universales” (: 91).
Esta suerte de corriente estética permanece en los llamados “místicos de la tierra” como Jaime Mendoza, Fernando Diez de Medina y otros, que al margen de dar una justificación ideológica para el dominio mestizo criollo, terminaron por reforzar “el conformismo de una clase dominante nada deseosa de ver la identidad fuera de su punto de vista jerárquico, ocular céntrico” (103).
De esta manera, para Sanjinés, si bien los intelectuales y artistas de las primeras décadas del siglo pasado tornan su mirada hacia lo indio, en un intento por ver con los propios ojos la realidad nacional, para de esta manera superar la visión positivista del siglo pasado, tal intento está inevitablemente condenado la fracaso, ya que este cambio de mirada se lo hace desde la espisteme discursiva de la occidentalidad, es decir desde el orden del discurso antropocéntrico y logocéntrico de la Europa de entonces: Tamayo defiende que en el indio está la energía nacional, pero hace recaer en el mestizo la inteligencia. Cecilo Guzmán de Rojas pinta bellos cuadros de indios pero los mismos carecen de referente empírico, son incapaces de establecer vasos comunicantes con la misma realidad del indio de entonces.
Solo Arturo Borda, pintor paceño, escapa a esta visión de la realidad. Borda más ligado a los movimientos anarquistas de entonces, es capaz de proponer una mirada diversa y policéntrica, que critica a los valores eternos e inmutables que Guzmán de Rojas trataba de imprimir a sus cuadros. Borda es el arquetipo del pintor maldito que rehuye mostrar la realidad como una entidad estática, estable y solemne y que propone, en cambio, la multiplicidad de la realidad, su presencia polifacética, dinámica y contradictoria. En su obra esto se plasma de una forma que hace mofa de la realidad social de entonces . “Borda – nos señala Sanjinés- se atrevió a revelar tanto lo grotesco del poder, como la belleza latente de lo que era supuestamente considerado como vulgar” (: 113).
Posteriormente, y como fruto de los cambios sociales y políticos generados por la derrota boliviana en la guerra de Chaco, aparecen importantes intelectuales como Augusto Céspedes y Carlos Montenegro, que critican la concepción de mestizaje que había iniciado Franz Tamayo. Céspedes lo hace a partir de criticar la concepción de mestizaje de Tamayo, que en su criterio, se habría mistificado, proponiendo eliminar el aura que rodea al arte con la finalidad de darle al mestizaje su rol de liberador de la bolivianidad (:134).
De todas maneras, Sanjinés, no cree que los autores que trataron de refutar a Tamayo hayan cambiado radicalmente su perspectiva del mestizaje ya que “el mestizaje es el paradigma que las elites letradas y que las contraelites revolucionarias emplearon para describir e interpretar los mecanismos que gobiernan la sociedad en el nivel sociopolítico y cultural” (: 167).
Este discurso homogeneizante, occidentalista y funcional a las elites en el poder, habría sido contrarrestado –ya más contemporáneamente- por el discurso de Felipe Quispe “El Mallku”, que implicó una “ruptura epistemológica con las lógicas de conocimiento occidental” (171), que habría puesto de cabeza el discurso del mestizaje al plantear abiertamente la “indianización de los Q`aras”.
Si bien a lo largo del texto de Sanjinés, uno se percata de que el discurso del mestizaje, inaugurado por Tamayo, es profundamente antidemocrático ya que invisibiliza, bajo el manto de la homogeneidad y de la idealidad, a la mayoría indígena de nuestro país, estableciendo una mirada occidentalizada, no nos parece que esta falencia de la episteme discursiva tamayana vaya a ser reemplazada por el discurso de Felipe Quispe. Ya que si bien, siguiendo a Sanjinés, no estamos de acuerdo con la perspectiva tamayana del mestizaje, esto no quiere decir que neguemos el mestizaje. Nos parece colonial y racista forma de entender el mestizaje de Tamayo, pero también no los parece el discurso indigenista de Quispe, ya no trata de comprender el mestizaje, para hacerlo más democrático e incluyente (cosa deseable), sino que simplemente lo denosta arguyendo que es el discurso de la minoría letrada de este país.
Por ello, si bien podemos estar de acuerdo en que Quispe pone de cabeza la lógica colonial del mestizaje, lo hace manteniendo la mirada ocularcéntrica que tanto se critica a lo largo del texto de Sanjinés. No porque adjetivos como t`ara sean cambiados por Q`ara y por que el emisor del discurso no sea ya un blanco de traje y corbata, sino un indio de poncho, el discurso deja de ser racista y profundamente antidemocrático. Y no lo es, por que este discurso no parte de el interés de comprender al otro, diferente de uno mismo, sino de aniquilarlo, desconociendo su historicidad.
Sin embargo, por muchas vueltas que le demos, el mestizaje y los mestizos están ahí, bailando de morenos en la entrada de Guadalupe, tratando de vestirse como los cantantes de cumbia villera o los personajes de la telenovela de moda, a la vez que bailan tecno y hip hop, lo que nos invita a pensar que el mestizaje ahora debe ser comprendido desde las prácticas de los sectores cholos y mestizos, a través de una mirada, más antropológica que literaria.