miércoles, 30 de diciembre de 2015

REFERÉNDUM DEL 21 DE FEBRERO, CUANDO POLARIZAR NO SIRVE

A medida que se va acercando la consulta del 21 de febrero de un cambio en la constitución que permita que Morales y García se postulen otra vez el 2019, se  nota una cierta angustia en el MAS. La forma como  han diseñado su campaña suena a evaluación presidencial, tiene olor a plebiscito. Plantean el referéndum como que no tiene que ver centralmente con la modificación de la Constitución, sino con la continuidad o no de Morales en la presidencia. Por ello, solo les sirve ganar por una amplia mayoría, reeditar los triunfos en las elecciones presidenciales de 2005 y 2009 donde casi 6 de cada 10 bolivianos optaban por Morales. Si ganan por una cifra menor o pierden se desgastan políticamente, ya que se leería su baja votación como un voto de desconfianza a la actual gestión del MAS.



Para evitar esto Morales ha puesto en acción dos estrategias que las veremos con mayor nitidez en las semanas venideras: por una parte muestra los logros de su gestión que resume en 10 puntos y, por otro, se dedica a tipificar a los posibles votantes por el No como gonistas, vendepatrias y derechistas. Hace poco el presidente dijo explícitamente “en política solo hay izquierda o derecha, en política  solo hay si estamos con el pueblo o estamos con el imperio”, “quienes están con el No están detrás de Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada) detrás de (Carlos) Sánchez Berzaín”.  (Página Siete 23.12.2015).

Se dice que una de las maneras de fracasar en política es creer que lo que fue efectivo antes puede serlo ahora. El MAS cae en ese error. Repite una fórmula que le sirvió en las elecciones de 2005 y de 2009, cuando el país pasó por la explosión simultánea de los clivajes territoriales, étnicos y de clase.  Las alusiones a los “vendepatrias” de la derecha no solo que captaban votos  sino que eran fuertemente movilizadoras: la gente efectivamente optaba no solo a favor de Morales sino contra el anterior sistema de partidos que se había enfangado en ineptitud y corrupción. Hoy, es probable que esta dicotomización no sea efectiva porque la derecha en Bolivia es como el fantasma de Canterbille, (la genial novela de Oscar Wilde): un fantasma que existe pero que no parece asustar ni hacer daño a nadie.

El problema es que esta estrategia, aunque errada, calza bien en el perfil político y discursivo de Morales. Al final un político se acostumbra a cierto libreto, a cierta teatralidad, a cierta máscara que no puede cambiarla muy fácilmente. Morales es como el producto más puro de la polarización política, nace y crece en la confrontación, en la búsqueda y derrota de adversarios. Surgió como el más importante dirigente cocalero cuando convirtió a la hoja de coca en el símbolo de la lucha contra los Estados Unidos; pudo derrotar a los partidos del ancien regime al tipificarlos como enemigos de la patria, en laboriosos confabuladores de la unidad e integridad territorial.

Hace falta saber si este estilo de Morales es útil para ganar el referéndum del 21 de febrero. En primer lugar no interpela a una buena porción de votantes jóvenes para quienes las dictaduras que asolaron el continente entre los años 70 y 80 o la guerra del agua y del gas no son más que referencias en libros de historia. En segundo lugar, su propio discurso centrado en interculturalidad, anticapitalismo y buen vivir, se ha desgastado por lo poco que se efectivamente se avanzó y, tercero, porque, probablemente, para la gente (ya lo vimos en Argentina y Venezuela) la agenda prioritaria más bien sea la de generar consensos como clave para construir instituciones que permitan estabilidad económica, mejor justicia y lucha contra la corrupción.


En 1945, Winston Churchill, el mítico político británico que había comandado la victoria de los aliados frente a Alemania en la segunda guerra mundial, se presentó a elecciones, perdió: el discurso de Churchill servía  para la guerra no para la paz. 

lunes, 21 de diciembre de 2015

DE DIVERSIDAD SOCIAL, MOVIMIENTOS SOCIALES Y ESTADO

Cuando Evo Morales en enero de 2006 juraba, por primera vez, como presidente de Bolivia, lo hacía montado sobre la ola de cambio que los movimientos sociales habían generado, (aquellos que protagonizaron las jornadas de las guerras del agua y el gas). Consciente de esta realidad la presidencia de Morales se anunció como un gobierno de los movimientos sociales, lo que inmediatamente despertó el apoyo de toda la dirigencia sindical y gremial y, por supuesto, también el beneplácito de la intelectualidad de izquierda que, al fin, podían ver que sus utopías académicas se hacían realidad.

Todo invitaba a pensar en nuevos días para la sociedad y el Estado: por una parte el liderazgo provenía de uno de los movimientos sociales, los cocaleros del Chapare, que habían convertido la hoja de coca en un símbolo antiimperialista; las organizaciones que lo apoyaban tenían formas de lucha que combinaba hábilmente las calles con la campaña electoral y, por último, su discurso apelaba al retorno del estado y la patria antes que al mercado y la globalización.  En aquel entonces casi nadie se atrevió a negar que, efectivamente, en Bolivia, estaba en curso un gobierno de los movimientos sociales. Boaventura de Souza Santos, uno de los más preclaros intelectuales de la nueva onda progresista, saludó la idea como revolucionaria.



En efecto, la idea era revolucionaria porque planteaba al estado dejar de ser estado y a los movimientos sociales dejar de ser movimientos sociales, lo que no era poca cosa.  Por una parte, exigía al estado generar procedimientos institucionales para mantener procesos de  consulta permanente con la gente, el pueblo (solo así se podía cumplir la máxima de “gobernar obedeciendo”) y, por otra, exigía a los movimientos sociales dejar las calles, los caminos, las protestas, para institucionalizarse, para hacerse estado.

Pasados los años se vio que esto era imposible, por una simple razón: era contranatura: ni el estado puede dejar de mantener su visión de las cosas, dejar de imponer su propia agenda que implica orden y acatamiento, ni los movimientos sociales pueden convertirse en estado sin negarse a sí mismos. Esto ya se vio de manera temprana cuando en la Asamblea Constituyente desde los sectores indigenistas se pidió mayores espacios políticos por identidad indígena lo que fue rechazado y, posteriormente en septiembre de 2012 cuando a raíz del conflicto por el TIPNIS dio una tensión entre la voluntad modernizadora y extractivista del estado y la voluntad medioambientalista de la sociedad.

En los hechos, la forma como fue resuelta la contradicción en la que no existe un estado en perpetua consulta y acatamiento de la sociedad fue por medio de la forma populista clásica, en la que un líder deja de lado la consulta con el pueblo para convertirse en su intérprete, en su exegeta, en la persona que conoce más  mejor lo que quieren las masas, el pueblo. De esta manera, los mecanismos de consulta se hacen superfluos ya que, en rigor, el líder posee esa capacidad.

Por su parte, la segunda contradicción en la que los sindicatos y agrupaciones en el poder dejaban de lado su capacidad de crítica al poder para convertirse en estado fueron resueltos por medio de su debilitamiento. Sus dirigentes dejaron sus espacios de lucha para hacerse gestores públicos, para engrosar la burocracia estatal, para formar parte de directorios. Por esa vía, los sindicatos y movimientos sociales fueron acallados como espacios de crítica y resistencia al estado, ya que, en los hechos, se convirtieron en dóciles instrumentos del poder, un poder legitimado por el voto y el aplauso de las masas es cierto, pero un poder que se hacía cada vez más estado y menos movimiento social.

El resultado de este proceso está a la vista: los movimientos sociales dejaron de hablar y de protestar y de resistir al poder, antes bien contribuyeron a la consolidación de un liderazgo personalista que los vigila tanto como los controla.  Hoy los movimientos sociales están en el gobierno pero a costa de haber renunciado a sus más caros objetivos como la defensa de la madre tierra, la democracia intercultural y la lucha contra la sociedad de consumo. Es cierto que estos son los ejes del discurso gubernamental, pero una amplia base empírica señala que lo que hizo el gobierno es no desarrollar políticas de defensa del medio ambiente, no abrir espacios de participación y representación política a las comunidades indígenas y promover una amplia cultura de consumo.

Empero, quizá sea exagerado decir que hoy los movimientos sociales  están en el poder, en realidad quienes están en el poder son sus dirigentes que, naturalmente, no son lo mismo. Elos se han alejado de sus bases y sus postulados, lo que ha engendrado divisiones que se transformaron en demandas de autodeterminación respecto del Estado.

A lo largo de 2015, se han mostrado movimientos campesinos en crisis (elecciones subnacionales, FONDIOC), también hemos visto surgir a movimientos de base territorial como el Comité Cívico Potosinista con demandas de equidad regional y, últimamente, constatamos que varias organizaciones sin estar necesariamente articuladas a partidos políticos, luchan por el No a la repostulación del binomio Evo - García para las elecciones de 2019, lo que nos señala una cierta reconstitución de la sociedad civil y de sus organizaciones. 

Probablemente, el 2016 será el año en que se devele los principales rasgos de esta nueva aparición de la sociedad civil y de su capacidad de efecto estatal. Esto ocurre porque a diferencia de lo que pasa en otros países, en Bolivia, el poder no transita entre la izquierda y la derecha sino entre el Estado y la sociedad.

martes, 8 de diciembre de 2015

EVO MORALES Y LA SOLEDAD DEL PODER

Poco a poco Morales se va quedando solo en el poder. Aunque cada día se llene de aplausos, aunque cada día se llene gente en los coliseos y canchas que entrega por todo el país, se va quedando solo. Esta soledad es mucho más patente en la medida que Morales, de un tiempo a esta parte, lo que hace es repetir un libreto y echar mano a unas ideas que fueron importantes y revolucionarias en su momento pero que ahora ya padecen desgaste de tan usadas. Una de ellas fue echar la culpa de todo al imperialismo, explicar los propios fracasos a partir de la supuesta acción nefasta de fuerzas extranjeras;  otra, la de ver en todo acto opositor, en toda crítica desde la vereda ideológica contraria el un inicio de golpe de estado, de una confabulación; y, la tercera, afirmar que las críticas hacia el y su gobierno no son producto de una idea razonable, digna de tomar en cuenta, sino como proveniente de ominoso racismo.



No es que estas ideas estén equivocadas sino que de tanto usarlas ya suenan a pasado, a muletilla, a moneda feble. Para empezar no es aceptable su discurso antiimperialista si se va a Nueva York a seducir empresarios capitalistas para que inviertan en nuestro país; segundo, no es creíble acusar de golpista a una oposición que ni siquiera puede articular una buena estrategia electoral y, finalmente, no puede decir ser víctima del racismo cuando los cuestionamientos vienen de sectores indígenas.

Hay una conexión entre tener el poder y la posibilidad de cambiar de discurso político, lo que no implica necesariamente cambiar de ideas y de ideales sino de renovarse. Empero, para ello se necesita de creatividad, de conexión con la realidad, de personas que sean capaces de leer lo que dice la sociedad, de interpretarla adecuadamente.

Eso es lo que no tiene Morales.

Y no lo tiene porque, desde el inicio de su mandato, con una sistematicidad de exitoso suicida se ha deshecho de los intelectuales que, justamente, aportaban con ideas novedosas al llamado proceso de cambio. Ellos, cuando el MAS era oposición, en tensión con los conceptos dominantes, habían causado un revuelo en las ideas sobre la sociedad y el estado. Académicos como Luis Tapia y  Raúl “Chato” Prada, entre otros, teorizaron sobre la contradicción de tener un Estado monocultural en una sociedad diversa y multisocietal, planteando la necesidad de transformación del Estado, no solo de sus instituciones ni de su sistema político.

De alguna manera este debate precedió a los cambios que se dieron en la Asamblea constituyente (2007-2008), fueron las líneas maestras que delinearon el nuevo Estado plurinacional y que se convirtieron en una suerte de sentido común de los constituyentes del campo indígena y popular. Hoy todos estos intelectuales ya no caminan junto a Morales.

Una cosa parecida sucedió con el despido de sus cuadros más importantes, aquellos que habían acompañado a Morales desde el proceso inicial y que eran la base de apoyo discursivo en los espacios propiamente políticos, como el Parlamento, las organizaciones sociales y los sindicatos. Algunos de ellos eran líderes locales que eran el sutento de la emisión discursiva del MAS en sus regiones y que cuando se atrevieron a contradecir la opinión oficial fueron condenados al ostracismo político. El tercer desgaje es con los líderes indígenas que son como el corazón de la identidad masista, muchos de ellos se alejaron del MAS decepcionados por el hecho de que la tan propagandizada plurinacionalidad no se materialice en un sistema político intercultural.

De esta manera, lo que tenemos en el MAS es un fuerte déficit de ideas renovadoras, sus intelectuales suelen repetir pero no teorizar sobre los logros del proceso de cambio, sino véase lo que ocurre en el ámbito académico con sus intelectuales orgánicos y lo que pasa en el parlamento. Los dirigentes indígenas se han alejado tanto de Morales que ahora engrosan las filas del No a la modificación de la constitución. Siguiendo a Popper diríamos que la ideología del MAS lo que hace ahora es comprobar una y otra vez sus propias hipótesis, sus propias certezas, solo atina a mirarse en su complaciente espejo. Así no se hace ciencia y menos política.


Esto ha provocado que el MAS ahora sea una maquinaria de enfrentar elecciones y no vencer en las ideas. Su discurso luce desgastado y agotado porque las fuentes de renovación de ideas, de creatividad política, hoy están en los espacios críticos o antagónicos al MAS. Algo está pasando en la sociedad y en su imaginario que el MAS no está sabiendo aquilatar adecuadamente. El MAS se ha convertido en un aparato gubernamental que hace obras, lo que no está mal, pero la materia prima de la política no es el cemento sino las ideas.