miércoles, 28 de mayo de 2008

LOS JÓVENES Y LA POLÍTICA EN SUCRE













Cada juventud tiene sus símbolos y sus íconos se dice. La juventud boliviana de los años setenta fue marcada por las dictaduras y la imagen del Che Guevara y la de los ochenta y noventa por la democracia. Desde una perspectiva política, son los cambios en el sistema político los que marcan a una generación y que delinea su forma de pensar y de actuar. En este sentido será menester preguntarnos ¿Cuál es el efecto que sobre la juventud ha tenido la debacle del sistema de partidos y el nacimiento de un nuevo panorama político a partir de 2005?, ¿Cómo asume el joven de hoy la idea de la interculturalidad?, ¿Se puede hablar de una juventud más tolerante desde el punto de vista de su cultura política o, por el contrario de un joven atrincherado en sus identidades primarias como el regionalismo y el racismo a tono con la polarización política del país?, en fin ¿Cuál el rol actual del joven en la democracia?.

Antes de hacer un breve esbozo de la participación del joven en la política sucrense de hoy, establezcamos que el contexto político actual en la ciudad de Sucre, es absolutamente distinto al de antes de la instalación de la Asamblea constituyente. De una manera u otra, el conflicto por la capitalidad y su decurso posterior ha modificado el campo político regional, reconfigurando a los actores y los proyectos políticos regionales, recreando el campo de lo discursivamente válido, y cambiando la trama de las alianzas interregionales. El discurso político de hoy en la ciudad de Sucre gira en torno a dos ejes: la demanda de la capitalía plena y las autonomías regionales. Por su parte hay un actor político hegemónico que es el Comité Interinstitucional que actúa como cohesionador de una multiplicidad de organizaciones locales y de partidos políticos, y es el ente aglutinador y canalizador de las demandas regionales. Por último, a contrapelo de la propia historia regional, se ha establecido y privilegiado fuertes nexos políticos con los líderes de la media luna.

En este sentido y como ocurre en gran parte del país, no hay un sistema de partidos que en el sentido clásico sean capaces de generar una interdiscurvisidad democrática, que establezca visiones políticas a largo plazo para la región. Los partidos de oposición y sus líderes, no actúan con una visión nacional de la política, por que les parece más rentable políticamente un apoyo ambiguo y oportunista a la demanda de capitalía en Sucre, mientras en La Paz sus principales líderes mantienen la idea de la inamovilidad de la sede de gobierno.

En este panorama, el rol que hoy juega una parte de la juventud en Sucre, es la de servir como fuerza de choque en los conflictos que se plantean a propósito de las demandas regionales: son ellos los engrosan las marchas, los que masifican las huelgas de hambre, los que bloquean, los que pelean contra policías y, al final los que con sus acciones dan efectividad política al discurso cívico.

Sin embargo, pese a lo importante de la participación juvenil, no se puede afirmar que la misma se haya traducido en alguna forma de liderazgo o de factor de poder al interior del movimiento cívico, ya que quienes hoy manejan los hilos de la política en Sucre, son una abigarrada y colorida mezcla de nuevos y viejos políticos a quienes une la oposición al Gobierno actual y la expectativa de su desgaste para, a partir de ahí, tratar no solo de rearticular su propio liderazgo sino el de sus partidos. Tanto en su discurso como en sus acciones estos políticos no tienen una visión intercultural ni intergeneracional, que sea integradora de las distintas realidades sociales, culturales y etáreas del departamento de Chuquisaca.

En estas condiciones, la posibilidad de que los jóvenes sean el factor de recambio generacional en la política sucrense es diluida por un factor bien simple: ausencia de una visión crítica de lo que acontece en la ciudad. Los políticos actuales están desplegando una especie de pedagogía de la intolerancia donde los mejores alumnos son los jóvenes cuyo saldo es obviamente favorable a los primeros. Ellos son los que dan los discursos y aparecen en los medios de comunicación y son los jóvenes los que van a las calles Son ellos los que capitalizan el apoyo político de la población mientras los jóvenes solo ganan simpatía. Son ellos los que enseñan que la intolerancia como norma en la política y son los jóvenes la que la ponen en práctica en las manifestaciones golpeando y humillando campesinos.

Lo triste es que en este peligroso juego de oposición discursiva y fomento fáctico de la violencia y de la intolerancia, la sociedad va perdiendo sus valores democráticos y por lo tanto su capacidad de resolución pacífica y negociada de los conflictos. Por tanto, no nos extrañemos si mañana, son los palos los que se imponen sobre las ideas, los gritos sobre la discusión razonada y el dogmatismo ciego y mudo sobre el pensar. La desintitucionalización entendida como la falta del apego a reglas y normas no nacen de la nada, surgen allí donde los valores democráticos han dejado de tener importancia y cuya víctima principal es la propia sociedad que la ha fomentado.

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