jueves, 15 de marzo de 2012

DE COCA, DIOSES Y JUSTICIA

   Si hay algo que caracteriza a un juez o magistrado es vivir con el fantasma de la  equivocación, de emitir un fallo no solo no basado en la ley sino sustentado en datos falsos y fuentes dudosas. A menudo, los jueces antes de dictar sentencia tienen que leer miles de páginas y escuchar otro tanto de acusaciones y alegatos, tienen que sopesar testimonios, y evaluar documentos y argumentos jurídicos. Eso, sin contar con las presiones de toda índole que tienen que soportar o convenir a diario, en medio de un sistema administrativo escandalosamente lento e indolente.
Qué duda cabe, una fuerte incertidumbre corroe los días de los jueces  debido, entre otros factores, a que tienen que decidir, con sus veredictos y dictámenes, con la absolución o la condena, los destinos de personas que no conocen y que, probablemente, nunca quisieron conocer.
Será por ello que, contraviniendo toda lógica de un estado moderno, ese estado que tras largas luchas por la racionalidad ha separado las esferas de la Iglesia y del Estado, muchas veces en los actos públicos vemos a los administradores de justicia acompañados de altos jerarcas de la iglesia, haciendo bendecir oficinas y propiedades, asistiendo a misas, iglesias, romerías y santiguándose cada vez que cruzan por la puerta de una iglesia. Los jueces creen y confían en dios  tanto que, en sus discursos, en el momento de la lectura del párrafo final,  llegan a pedir al santísimo que “ilumine y oriente” sus fallos para así contribuir a una mejor justicia.
Por ello, no sería sorprendente, si un acucioso periodista preguntara a uno de estos jueces si apelan a alguna divinidad para que les oriente en un fallo complicado y comprometido, el Juez responda que sí, que muchas veces van a una iglesia a que dios coloque en sus testas sabiduría allá donde solo hay confusión y lucidez allá donde solo existe abandono y vacío. Y lo pueden declarar públicamente, sin que por ello sus palabras se conviertan en noticia ni sus personas en anzuelo fértil de la audiencia televisiva.
Todo lo contrario resulta cuando un periodista pregunta a un magistrado indígena qué mecanismos utiliza para “consultar” sus fallos, más aún cuando estos son difíciles o complicados.  La respuesta del magistrado Gualberto Cusi de que usa la coca para aconsejarse en sus fallos, ha despertado algo así como un ataque de modernidad; han reprochado al magistrado que los fallos deben estar apegados a la ley  y no a alguna divinidad, en este caso la coca, cuya consulta a los críticos se les antoja cercano a la superstición sino es que a la brujería y, como manifestó uno de cívicos cruceños, una muestra de la ignorancia del pueblo boliviano.
Que todos los fallos deben estar apegados a la ley estamos plenamente de acuerdo. El sistema judicial debe estar lo más alejado posible de su relación con cualquier tipo de creencia, sea de dioses occidentales o de dioses andinos.  Pero no es posible que una creencia sea tolerada y aceptada y otra tachada de superstición y brujería. Una muestra del racismo moderno es catalogar ciertas culturas como atrasadas y carentes de espíritu moderno, como formas de la ignorancia y de la carencia de cultura del pueblo.
Si hemos de ser modernos, seámoslo de manera coherente suprimiendo toda práctica que muestre un poder judicial ligado a alguna iglesia, divinidad o creencia.