viernes, 16 de mayo de 2008

A PROPÓSITO DE ARENDT: EL PENSAR Y LA POLITICA









Como se sabe, para Weber la política es el conjunto de acciones capaces de incidir sobre la dirección y sentido de una comunidad política que es el Estado, actividad que necesita de conocimientos y de racionalidad. Esta necesidad de incidencia en el mundo también precisa de convencimientos, convicciones y creencias que están en la misma base del actuar político sin las cuales es imposible pensar en su realización. Este dilema entre la política en tanto acción planificada y en tanto pasión está planteada en Weber quien en una conferencia denominada La política como vocación dice:
"la política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma. Y, sin embargo, la entrega a una causa solo puede nacer y alimentarse de la pasión, si ha de ser una auténtica actividad humana y no un frívolo juego intelectual (: 154),
es decir, en política se piensa con la razón y se actúa con la pasión. Por tanto, habría una distinción entre la frialdad del conocimiento y la fuerza de la pasión, la segunda que empuja y la primera que conduce.
Es Hannah Arendt quien trata de problematizar y profundizar estos aspectos ya que, para esta filósofa, el conocer al que alude Weber y que elabora una serie de conceptos que nos ayudan en la acción en y sobre el mundo, no es equivalente al pensar en tanto éste es una actividad que no construye nada. Sintetizando: para Weber la actividad política necesita de pasión y de conocimiento, a esto, Arendt diría que la política necesita, además, del pensar.
Estas reflexiones en torno al pensar están inscritas en en su texto titulado El pensar y las reflexiones morales donde Hannah Arendt, a partir de la conducta del criminal nazi Eichmann hace una serie de reflexiones acerca del mal o de la capacidad de hacerlo y precisa, para el caso de Eichmann, que
a pesar de lo monstruoso de los actos, el agente no era un monstruo ni un demonio y la única característica específica que se podía encontrar en su pasado, así como en su conducta a lo largo del juicio y del examen policial previo fue algo enteramente negativo: no era estupidez, sino una curiosa y absoluta incapacidad para pensar (: 110), que se reflejaba en su adhesión simple y acrítica a pautas de comportamiento convencionales que hacía que lo que antes el consideraba su deber ahora era considerado un crimen. Esto lleva a preguntarse a la filósofa, si el pensar en tanto actividad diaria y cotidiana y que nos conduce a distinguir lo bueno de lo malo predispone a algunas personas a no cometer actos que dañan a los semejantes o, dicho de otra manera, predispone a no cometer el mal. El pensar como antídoto de los actos criminales.
Arendt siguiendo las reflexiones de Kant plantea claramente que conocer y pensar, son dos esferas distintas del ejercicio del intelecto, en tanto:
"la actividad de conocer es una actividad de construcción del mundo como lo es la actividad de la construcción de casas. La inclinación o la necesidad de pensar, por el contrario (…) no deja nada tangible tras sí, ni puede ser acallada por las intuiciones supuestamente definitivas de los sabios (: 114), pensar es un proceso donde se cuestiona las propias certezas y certidumbres en la búsqueda no de conocimiento de las cosas sino de sentido a las cosas. Continuamente estamos, nos movemos y usamos un conjunto de cánones, de reglas, de estereotipos, de frases, de clichés, de esquemas, de consignas las mismas que nos ayudan a vivir en la sociedad pero que deben ser criticadas y cuestionadas en función de un sentido que quizás no lo tienen. Por ello las sociedades que no ejercen el pensar, que no renuevan su convencimiento del sentido de las cosas, siempre obedecen las reglas o siempre aceptan la validez de las mismas, por que al perder su capacidad de pensar han perdido también su capacidad de juzgar dejando siempre su decisión en manos de otros. Y si bien para Arendt el pensar no es igual a juzgar sin duda están conectadas ya que reflexionar sobre lo bueno o lo malo, sobre lo bello o lo feo, sobre la pertinencia o no de un código de conducta siempre acarrea la toma de una posición. Como dice Arendt “no podemos esperar de la actividad de pensar ningún mandato o proposición moral y menos aún, una nueva y dogmática definición de lo que está bien y de lo que está mal” (: 115), ya que este no es su fin, sino esperar la comprensión de cuanto acontece y que al final nos reconcilia con el mundo.
Si aceptamos que el pensar es distinto del conocer se puede sostener por tanto que el pensar no tiene una relación con la sabiduría o estupidez de una persona: se puede ser un sabio y a la vez estar incapacitado para pensar, es decir para comprender la realidad o someter a una autocrítica las propias certezas o conclusiones que, como nos los recuerda Sócrates, son estatuas de barro cuando el viento del pensamiento recorre por ellos. Aquí, por supuesto, se puede decir cómo sociedades con altísimo nivel de conocimientos y con una larga tradición cultural pueden crear campos de concentración o bombardear ciudades civiles. Por ello, para Arendt, el ejercicio del pensar, esa capacidad que detiene la acción y que por un momento aísla al sujeto que lo hace de sus semejantes, debe ser exigible a toda persona “con independencia de grado de erudición o de ignorancia, inteligencia o estupidez que pudiera tener” (:114).
Pero ¿Cuál la importancia concreta del pensar en la política?, ¿cómo la actividad del pensar sirve para el estar juntos o para la convivencia de las sociedades? ¿Si el pensar en si mismo no produce nada y no son los hombres en comunidad los que lo hacen sino los individuos (ya que al hacerlo dejan, por un momento de estar en medio de los otros), cómo esta actividad personal puede servir a la política que es una actividad que se origina y tiene fin en la sociedad? ¿Si el pensar produce sobre todo perplejidades cómo puede servir a la política que, sobre todo necesita de certidumbres? Arendt propone que nos guiemos no en torno a la experiencia antes que en torno a doctrinas, ya que, al parecer existen libros en torno al producto del pensamiento pero muy pocos en torno a la experiencia del pensar. Usa como ejemplo a Sócrates quien, como se sabe, a través de la invitación al diálogo invitaba al ejercicio del pensar haciendo el papel de tábano en tanto aguijoneaba a la gente para que reflexione en torno a sus propias certezas y, también hacía el papel de comadrona, ya que se decía hacía nacer pensamientos nuevos o renovados allí donde aparentemente todo ya estaba resuelto. El producto de esto es doble: por una parte el pensamiento paraliza (en este sentido Sócrates también fue ligado a la imagen de un pez torpedo) ya que al estar los valores, pautas de conducta y códigos morales, puestos en cuestión hace que de pronto ya no podamos movernos tan cómodamente en el mundo como antes lo hacíamos, lo que siempre conlleva el riesgo del nihilismo, es decir en la negación de todos los valores (como lo hace actualmente el pensamiento postmoderno). Pero, sin duda, esta no era la intención de Sócrates ya que si bien el nihilismo o el escepticismo son riesgos siempre presentes esto no invalida la utilidad del pensar, ya que las perplejidad es el principio y de ninguna manera el fin del pensar.
El riesgo del pensar es mayor en el caso de la política, ya que la duda, la parálisis en la misma no es aconsejable ya que sobre todo la política necesita acción. Sin embargo la ausencia del pensamiento todavía lo es más ya que, dada su propia naturaleza, los líderes políticos actúan con pleno convencimiento de que sus pautas de conducta y sus valores son los válidos desde siempre y para siempre sin que el mas mínimo asomo de duda ensombrezca sus decisiones, lo que al final, es impuesto a la propia sociedad. Quizás estas sea la causa de la degradación de la política boliviana actual: esa correlación directa entre la radicalidad de las posiciones y la radical incapacidad para pensar las propias ideas y acciones, esa ausencia total de crítica de las propias certidumbres: todos creyendo firmemente en la correctitud de sus acciones y todos en coro respondiendo a los problemas de la sociedad con frases hechas y más que desgastadas; con consignas, con ideologías congeladas, con discursos que no llevan a ninguna parte.


BIBLIOGRAFÍA

ARENDT, Hannah
1995 De la historia a la acción, Barcelona: Paidos

WEBER, Max
1969 El político y el científico, Madrid: Alianza