miércoles, 4 de octubre de 2017

SU SANTIDAD EL CHE

Alguien debería hacer un tributo al fotógrafo de Che Guevara, no solo por que inmortalizó al guerrillero en varias tomas que luego adornaron poleras, vasos, llaveros y una diversidad de souvenires sino porque, en realidad, fue un instrumento para el objetivo de vida del Che que era estar en la posteridad, convertido en héroe, en mártir, en santo.



Varias evidencias señalan que al Che le interesaba más la fama que el poder: uno de sus biógrafos afirma que una vez que hubo triunfado la revolución el Che empezó a ser incómodo para los afanes políticos de  Fidel. Por ello, Castro en vez de manipular la Constitución o quejarse ante los organismos de Derechos Humanos optó por algo más seguro, mandó al carismático comandante Ernesto Guevara a que se inmole en el monte boliviano. En el fondo ambos ganaron: el Che logró que su vida, pasión y muerte fuera motivo de devoción y Fidel, ya libre de competidor político y sin un crítico a su cercanía a Moscú, se entornilló en la silla del poder hasta que la muerte lo sorprendió en un cómodo hospital de La Habana. El Che murió joven, a los 39 años, en cambio Fidel murió anciano, a los 90 años, en pleno goce de las mieles del poder.

El comandante Guevara era un invasor, qué duda cabe. Su pequeño ejército extranjero ingreso a Bolivia violando su soberanía. Lo curioso es que los militares bolivianos, los encargados de defender el suelo patrio, no eran peores. Apenas instalado el Che en Vallegrande y descubiertos sus planes conspirativos, pidieron el apoyo de los marines norteamericanos para solucionar el asunto. En esa medida, Bolivia fue un pequeño escenario donde se libró una más de las batallas de la Guerra fría que oponían a soviéticos contra norteamericanos, a comunistas contra capitalistas. Como siempre, la suerte de Bolivia se decidía fuera de sus fronteras, pero las batallas se libraban en su territorio.



Los resultados posteriores confirmaron que el Che tenía poca capacidad militar y peor tino político. La derrota de la Guerrilla fue en realidad breve, sin sobresaltos, no generó grandes adhesiones de campesinos ni mineros. El gobierno de René Barrientos permaneció en el poder y quizá hubiera seguido de no mediar una falla mecánica de su  helicóptero que lo convirtió en cenizas antes de su muerte.  Por su parte, los regímenes militares gozaron de buena salud  más de una década después.

Con todo, sería ingenuo no reconocer el legado del Che Guevara. Insisto que este no es político sino religioso. Guevara no murió como militar ni como político, murió como un mártir y eso ocasionó que la izquierda atea se hiciera devota. La muerte del Che, su entrega, la última carta a su familia, lo hizo un verdadero ícono contra el capitalismo, un ejemplo de renuncia a los bienes materiales y al poder; de lealtad a los ideales. Jhon Lee Anderson, su biógrafo más autorizado, afirma que el Che es un Cristo moderno. Tiene razón, después del Che la izquierda boliviana tiene a quien rezar.