martes, 25 de mayo de 2010

Una carta del Arzobispo Benito Moxó al Presidente de la Audiencia de Charcas Ramón García Pizarro en los días previos a la revolución del 25 de mayo


La revolución del 25 de mayo de 1809 en la ciudad de La Plata, hoy Sucre, es el resultado de una serie de sucesos, estrategias y acciones que despliegan los revolucionarios y los oidores de la audiencia de Charcas, con la finalidad política de deponer al Presidente de la Audiencia Ramón García Pizarro.

Estas acciones estaban centradas en generar el descrédito de los representantes de la Corona (El Virrey Liniers, Goyeneche, Pizarro) acusándolos de estar con los intereses de Carlota de Portugal y, por tanto, de ser traidores al Rey de España Fernando VII, cautivo por las tropas de Bonaparte.

Los días previos al estallido revolucionario de Charcas, son tiempos de confusión y caos donde las conversaciones diarias giran en torno al futuro de un gobierno que, en los pasquines, es tachado de traidor y sobre la forma de deponerlo sin que por ello se vea mermada la imagen de fidelidad al Rey. Por debajo, por supuesto, bullen una serie de resentimientos no olvidados y odios acumulados, que son fermento para la rebelión.

¿Cómo eran los días previos a la revolución del 25 de mayo en la ciudad de La Plata sede de la Audiencia de Charcas? Para responder, muy parcialmente por cierto, a esta interrogante, reseñaremos un documento poco conocido por los estudios sobre la revolución que es el Informe del Arzobispo Moxó al Presidente Pizarro, enviada el 18 de abril de 1809 .



El arzobispo Benito Moxó de Francoli

Benet María de Moixó de Francolí, nació en la villa catalana de Cervera, España. Hombre de grandes dotes culturales y afición por la investigación, luego de formarse con los benedictinos, al promediar los 21 años se doctoró en filosofía con una formación humanística. En 1803 fue obispo auxiliar en Michoacán donde estudió las antigüedades mesoamericanas. (Barnadas 2002: 24)

Cuando Moxó llegó a la ciudad de La Plata el 1 de enero de 1807, contaba con 44 años. En ese entonces, ya era una ciudad cruzada por todo tipo de enemistades, odios y debilitamiento de la autoridad que, naturalmente, dificultaron dos de sus primordiales objetivos: la reforma del Seminario San Cristóbal y del Clero Parroquial.

En lo político, sus biógrafos los pintan como un hombre culto pero ingenuo. Barnadas dice de él que llegó a “Charcas con toda la buena voluntad y toda la inexperiencia del mundo, porque al fin de cuentas era un sabio ingenuo” (:24). Por ello, quizá lo más interesante de las ideas políticas de Moxó sea que creía en las normas, expresadas en su fidelidad al rey y al orden establecido, sin importar mucho su naturaleza. Una frase quizá lo retrata fielmente: en 1815, Moxó aconsejaba obedecer a los superiores, “sean los que fueren, y no deis motivos a que los impíos se burlen de vuestra religión” (en Just 1994: 359) ya que el súbdito debe respetar a “todas las autoridades legítimas, ya fuesen eclesiásticas o civiles”.

Por tanto, cuando El Presidente de la Audiencia García Pizarro, en abril de 1809, le solicita consejo respecto a las acciones pertinentes hacer para detener el proceso de rebelión no es extraño que mucha de esa ingenuidad política se trasunte en el texto.

2.- El Obispo Moxó describe la situación de La Plata

En la primera parte del informe, Moxó alude a que las novedades diarias de pasquines insolentes, pandillas nocturnas y cantares alusivos a los sucesos de Montevideo , deben despertar los ciudades del Gobierno para precaver alguna revolución repentina que preparan estos atentados (subrayado en el original). Y desea V.E. que yo le diga si concibo que será precaución necesaria el aumento de la tropa veterana, que guarnece esta Capital en defecto de las milicias de que carecemos.

En el informe, Moxó antes de responder a las solicitudes de Pizarro, es decir antes de dar su opinión respecto al aumento de tropas, trata de explicar las causas de la situación que atravesaba la ciudad de La Plata. Primero hace una descripción de la plebe para luego hablar sobre el origen de los disturbios.
Dice Moxó cuando se refiere a la “índole moral de este pueblo”:

La plebe de este vecindario es una de las más dóciles y quietas que he conocido en todo el Perú. Los indios que forman su mayor número, pasan todo el día en la soledad de los campos ya apacentando sus escasos ganados, ya cultivando sus miserables haciendas, mientras sus mujeres e hijas traen a la ciudad los frutos de uno y otro, y sentados tranquilamente en la plaza o en las esquinas de las principales calles, aguardan sin la menor impaciencia, por muchas horas a que se presente algún comprador. Los que se llaman mestizos, mulatos o cholos, son aquí como en toda la América, mucho más activos, mucho más perspicaces y mucho más vehementes en sus deseos, que los indios; pero he reparado con grande admiración, que se dejan persuadir con gran facilidad. Reciben con respeto las órdenes del Gobierno y las obedecen al instante, como conozcan que son justas

Sin embargo, esta natural docilidad es rota cuando se juntan a beber y cantar:
Solo son temibles cuando se les permite juntarse de noche porque entonces se convocan hombres y mujeres al son de sus rústicos instrumentos: se atrapan en las tabernas y pulperías donde se convidan y provocan mutuamente a beber con demasía hasta que inflados por la chicha y el aguardiente salen furiosos en numerosas pandillas, a correr por los barrios y cuarteles, dando gritos muy desacompasados

Ese es el punto en que la plebe puede tornarse peligrosa para el gobierno, ya que
En semejantes momentos un pueblo salvaje es capaz de los mayores excesos. Ha saltado ya la sagrada barrera de la religión y está muy dispuesto para atravesar los límites de la subordinación y de la fidelidad por un movimiento súbito, ciego, violento y casi irremisible. Basta a veces que un malvado grite alarma, para que lo repitan al momento muchos otros, y haciendo general esa terrible voz en un abrir y cerrar de ojos, se levante la chuzma de aquellos corrillos medio ebrios hombres y mujeres y se arrojen a los más execrables desacatos. Y cuantas veces se ha visto que cuando había llegado a su colmo aquella efervescencia, tomaban una tea o un puñal, cometían incendios o asesinatos y atropellaban a los ministros de justicia que pretendían vanamente sosegarlos”.

Dado este diagnóstico Moxó, propone que se corten con suavidad y disimulo esas juntas nocturnas, particularmente en las vigilias de las grandes solemnidades, en que son infinitamente más numerosas y turbulentas

Solución que de no ser escuchada por Pizarro “no solo quedaría una puerta abierta a las sediciones populares, sino que quizá con el tiempo se arruinaría por ahí el grande edificio de la República”

Según esta lectura, el pueblo ha de reconocer y respetar las leyes siempre y cuando sepa que esas órdenes son justas, y son justas, no tanto de que lo sean en sí mismas, sino de la persona de quien dimanan las leyes.

Esta concepción del pueblo, racista en muchos sentidos, como incapaz de manejarse por sí mismo es más o menos un lugar común en la idea que se hacen los propios contemporáneos sobre los actores del 25 de mayo de 1809. Según esta visión los indios y los cholos carecen de ideas políticas, no tienen capacidad de ilustración, por tanto, no pueden ser el origen de un disturbio político. Si se vuelve irrespetuoso a la autoridad es porque bebe y cree en la voz de los malvados que para Moxó son
aquellas voces que al principio se propagaban con alguna timidez y como suele decirse a sombra de tejado, corrieron dentro de algunas semanas de barrio en barrio y de calle en calle , y hallaron quien se atreviese a sostenerlos y apoyarlos casi a cara descubierta: con este auxilio tomaron en breve mucho cuerpo. Como una llama que encendida por una débil centella sube hasta las copas de los árboles y consume en pocas horas un gran bosque.

Luego de hacer esta descripción de la “la índole moral” del vecindario de La Plata, Moxó se propone describir el “verdadero y único origen de donde en mi concepto dimanan los actuales disturbios”

La carta es clara al señalar que, una vez que se conocieron las noticias
del pérfido Bonaparte y de la traición del ingrato Godoy, de estar confinado en Francia nuestro adorado Monarca y del entusiasmo que toda la Nación española había tomado las armas para vengar la patria; se esparcieron aquí mil voces y anécdotas sediciosas contra el Exmo Sor Virey el Gral Liniers que con tanta entereza gobierna estas provincias del Río de la Plata,
al que se acusaba de tener inteligencia con Bonaparte; y ya por el contrario se aseguraba que quería entregarnos por sorpresa a la corte de yaneico que se hicieron correr con la mayor irresponsabilidad

Para lograr estos fines:
“cada día se inventaban especies nuevas para que exasperasen más y más los ánimos de los incautos y nunca faltase pábulo a la detestable detracción.
Noticias nuevas que no tenían origen en la propia capital sino que venían muchas de ellas de una
“oficina de un puerto Celebre [Buenos Aires] de nuestras costas llegaba a estos parajes alguna carta, diario o gazeta llena de groserías y desenfrenadas calumnias, estos papeles ern buscados leídos y comentados con mayor priza, desvelo y afán que los periódicos ultramarinos en que se referían los triunfos inesperados de nuestros compatriotas”.

Y para mostrar la gravedad de estos afanes subversivos Moxo señala que
este fue pues, Señor Exmo. este fue a lo que yo entiendo el origen de los sustos cuidados y pesadumbres que en el día nos rodean y ya en cierto modo nos inundan. No importa que el pueblo bajo no tomase parte en semejantes excesos, pues no por eso se libró de su maligna influencia.

Luego de estas consideraciones Moxó respondiendo a la solicitud de García Pizarro aconseja que nunca ha convenido más que en las presentes circunstancias, que todas las noches salgan a rondar por la ciudad varias patrullas de una competente fuerza, ya para impedir que se junte a deshora la chusma, ya para disipar y ahuyentar las pandillas que se hubiesen empezado a formar

Consejos que, no obstante ser tomados en cuenta por García Pizarro, fueron absolutamente ineficaces para detener algo que se había incubado en la sociedad colonial desde décadas atrás.