En estos
días Felix Patzi, la persona que logró arrancarle al MAS la gobernación del
departamento de La Paz, hace una huelga de hambre que parece tan destinada al
fracaso como la vigilia de los discapacitados. Pasa que el gobernador Patzi
pide algo imposible: hacer que el gobierno ceda algo de lo que considera sus recursos para que las autoridades de
los niveles subnacionales hagan obras y mejoren su popularidad política.
Ocurre que
desde la asunción de Evo Morales al poder se despliega un proceso de
recentralización estatal que consiste en que el poder ejecutivo aumenta su poder
territorial sobre las regiones en base a dos políticas: eliminación de los liderazgos
locales a través de la utilización del aparato judicial (eso que se ha denominado
Estado de derecho politizado) y una reducción y limitación de los recursos
económicos destinado a los niveles subnacionales de gobierno. En otras palabras
se suprime tanto a las cabezas de la oposición local, así como se recorta a las
autoridades locales de los recursos necesarios para hacer obras en los
territorios donde han sido elegidos.
La lógica
detrás de esto radica en convertir a Morales en el gestor de desarrollo no solo
nacional sino también local. Hacer que el presidente sea la persona que dirija
la recepción, asignación y ejecución de proyectos en cada uno de los
territorios del estado. Se trata del
despliegue del poder territorial del centro hacia las periferias, que consiste
en hacer que el estado central llegue a los lugares más recóndidos del
territorio boliviano con inversiones, asignaciones, ayuda y obras pero cuidando
muy bien de que sea Evo el que lleve a cabo este proceso. Que el presidente se
encuentre cada día en una de las poblaciones de Bolivia entregando obras es una
muestra, responde a la necesidad de construir un poder nacional con Morales en
el centro del mismo.
El
mecanismo más notorio y efectivo es el programa “Evo cumple”, donde Morales
aparece como el gobernante atento que recibe los proyectos e iniciativas de los
alcaldes y dirigentes sindicales, evalúa la pertinencia de estos proyectos,
decide la asignación de los recursos y, finalmente, es el que entrega las obras
en medio de aplausos y olor a multitud.
La clave política
de esto es que Morales aparece como el gobernante sensible a las iniciativas
locales, quien con una alta eficiencia es capaz de solucionar las carencias y
necesidades de las poblaciones en un tiempo record. Esta lógica estatal parece
decir: si las gobernaciones son ineficientes y no pueden llevar a cabo obras,
Morales y el poder central son rápidos y generosos; si las alcaldías no pueden
sentir las necesidades de la población, Morales sí puede hacerlo dada su capacidad
para saber lo que quiere el pueblo.
El pedido
de Patzi en realidad busca que se lleve a cabo el pacto fiscal, algo que el ojo
centralista del gobierno mira mal, porque sabe que ello implicaría reducir sus
recursos. La demanda de Patzi de ser atendida haría que la gobernación de La
paz suba de un presupuesto que ahora llega a los 300 millones de bolivianos a la
cifra de 3.000 millones de bolivianos.
Mucho dinero que no cederá el gobierno al opositor Patzi salvo un ataque
de locura.
Lo paradójico
es que esta huelga es realizada por el gobernador de uno de los departamentos
que más ha sido beneficiado por el centralismo gubernamental. Si existe una región
que desde inicios del siglo XX ha concentrado poderes e inversiones en su
región es el departamento de La Paz. Por tanto no habría razón en la demanda de Patzi, puesto
que La Paz más que otras regiones ha sido favorecida en su desarrollo, pero todo se
explica cuando comprobamos que Patzi no tiene dinero para hacer obras y mejorar
su popularidad, lo que lo obliga a buscar más recursos.
Por tanto la
demanda de Patzi no tiene que ver tanto con el tema de la atención estatal sino
con quien cosecha los aplausos que genera la realización de obras. En el fondo
se trata de una vieja y nunca acabada disputa: la lucha entre el gobierno
central y las regiones por el poder territorial.
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