lunes, 25 de julio de 2016

EL RETORNO DEL NACIONALISMO

El  nacionalismo ha vuelto al primer plano de los discursos políticos. Es una tendencia mundial que, como una sombra en el atardecer, se va extendiendo en varios países del mundo. No es que antes no se apelaría al nacionalismo – como referencia a las características supuestamente únicas y homogéneas de un país- sin embargo esto era atenuado por la referencia a la diversidad, a la tolerancia y a la posibilidad de construir políticas que hagan de la convivencia entre diferentes algo paralelo a la modernidad. Grandes pensadores como Jurgen Habermas o Will Kymlicka dedicaron sendos estudios a pensar su posibilidad: la acción comunicativa tanto como la apertura hacia políticas multiculturales se ofrecían como mecanismos para la edificación de estados democráticos.

Sin embargo esto puede ser solo una ilusión. En países como España, Francia, Alemania han ido apareciendo movimiento políticos nacionalistas cuyo principal argumento se resume en un pleonasmo simple pero muy efectivo: Francia para los franceses, España para los españoles y Alemania para los alemanes. Por ejemplo el líder ruso Vladimir Putin afirma que los extranjeros estarán bienvenidos a Rusia siempre y cuando se amolden a la vida y modo de ser de los rusos, lo que en otras palabras quiere decir son los considerados extranjeros (con toda la carga de subjetividad que eso representa) los que deben cambiar sus formas de vida y creencias bajo el riesgo de ser expulsados si no lo hacen. Esto en los hechos implica un conjunto de atentados a las minorías étnicas que implican su virtual desaparición o su reacción violenta.




En Europa el nacionalismo goza de muy buena salud, en Francia un partido como el Front National de Jean-Marie Le Pen ha logrado importantes avances y popularidad y, en gran Bretaña, partidos nacionalistas como UKIP de Nigel Farage que defienden el discurso de salir de la comunidad europea ha ganado presencia y extensión. El nacionalismo antes de atenuarse se ha fortalecido.

En los Estados Unidos la cosa no es distinta. El pasado viernes 21 de julio, ha sido entronizado como candidato del Partido Republicano el magnate neoyorquino Donald Trump, un empresario de bienes raíces, cuya propuesta  gira en construir un muro a lo largo de  la frontera con México y en expulsar a los musulmanes de su país. Donald Trump que al principio del proceso de selección postulante a la presidencia del partido republicano parecía un rubio payaso destinado a ser una anécdota más o menos olvidable, hoy ya como candidato oficial tiene la posibilidad de que ser presidente de una de las naciones con mayor influencia mundial y mejor equipadas militarmente, lo que lo hace doble o triplemente peligroso.

De manera general, tanto la migración, la crisis económica y el desempleo han sido los ingredientes de un cóctel explosivo que ha derivado en nacionalismo y xenofobia. A estos factores se suma otro que, por de pronto, no parece que tenga solución: el terrorismo. Hoy los países europeos pasan por un momento en que el temor a los ataques terroristas legitima los discursos nacionalistas y xenófobos que prometen seguridad a costa de la expulsión de los migrantes y construcción de barreras a su ingreso.

Empero estas no son soluciones, de hecho lo que hacen es agravar el problema, convertirlo en un círculo vicioso donde la represión y ataque al extranjero no hace otra cosa que generar adhesiones hacia los grupos radicales tanto de un bando como de otro. La sociedad se dirige hacia la configuración de guetos donde cada país fabrica comuniddes cerradas no solo ideológica y culturalmente sino también territorial y físicamente.  

Como siempre el discurso nacionalista da grandes réditos políticos y electorales. Detrás de todo político que canta fervorosamente un himno nacional y que dice defender la nación del extranjero está un personaje que busca aumentar su poder. Los nacionalismos no son nada inocentes, no solo son una defensa de una historia en común, de una veneración de héroes y de mitos, son también poderosos esquemas que legitiman discursos y reacciones excluyentes que al final son la base para la aparición de estados que recortan libertades y construyen muros.


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