jueves, 28 de enero de 2016

LA HISTORIA DE BOLIVIA SEGÚN EVO MORALES

En enero de 2006, la sociedad boliviana recibía expectante la asunción de Morales al poder. Para muchos bolivianos se trataba de un cambio histórico ya que por primera vez en la historia se daba un cambio tan radical en la composición de las elites políticas del país. Su discurso como flamante presidente de la República breve, sin libreto pero no por ello improvisado, apuntó a lo que la sociedad esperaba de ese momento: una refundación del Estado que permita una mayor inclusión social, construcción de una institucionalidad democrática intercultural y la recuperación de los recursos naturales. Diez años después, el mismo Evo Morales ya como presidente del Estado Plurinacional da un discurso de casi seis horas, lleno de cifras y datos que buscaban, en lo fundamental, contrastar al MAS en el poder frente al periodo neoliberal.



Morales tiene una peculiar forma de entender la historia, es una concepción que niega y reniega de la historia previa, de la historia republicana, junto a una visión extremadamente positiva y acrítica de la que se inaugura en 2006 con él como conductor. ¿Visión mesiánica? Tal vez. Lo cierto es que ella no deja de funcionar como una matriz de pensamiento que, de alguna manera, organiza la percepción y los actos políticos de Morales.

Por una parte, funciona como un dispositivo que niega la realidad. Para Morales sus mayores enemigos no provienen del presente sino del pasado, son Gonzalo Sánchez de Lozada, Manfred Reyes Villa, Sánchez Berzain quienes, como tambaleantes zombis, caminan en pos de dar un abrazo mortal al proceso de cambio. Esto le impide ver que en estos diez años han ido surgiendo nuevo actores y nuevas demandas que se oponen a Morales pero no desde los panteones neoliberales sino desde las calles, desde la ciudadanía, desde las organizaciones sociales. En mucho casos, se trata de actores de izquierda, que critican al MAS su deriva conservadora, la falta de avances en la democracia plurinacional, su fomento al extractivismo y  la concentración del poder.

Por otro lado, funciona como un método de exculpación. De esta manera las debilidades y falencias que puedan tener estos años del MAS en el poder no son más que  pesadas herencias del pasado neoliberal o colonial, de ningún modo culpa de su gestión de gobierno.  Esto quedó claro cuando mencionó que los problemas de corrupción del FONDIOC eran una herencia del gobierno de Rodríguez Veltzé y en el enojo que provocó en Morales la afirmación de Carlos Mesa de que Evo le debe a Goni más de lo se atreve a reconocer.

Como resulta lógico, esta concepción anula una lectura procesual de la realidad y le impide hacer aquello en que los políticos son especialistas: prefigurar horizontes de futuro. De esta manera Evo ya no se esfuerza en vender un programa o un sueño (como lo hizo en 2006) sino que solo muestra los logros de una gestión de 10 años. Luego del discurso de Morales uno queda con la sensación de que en Bolivia ya nada queda por hacer, de que ya todo lo hizo  el MAS y que lo único que resta es votar por Morales, una y otra vez, para que  eso se mantenga.

Probablemente la gente tenía expectativas en que Morales les planteara nuevos sueños y nuevos desafíos. La ciudadanía  esperaba que Evo dijera qué hacer con la inseguridad que corroe la vida de los bolivianos, con la corrupción que campea en el aparato estatal y planteara estrategias  para enfrentar la crisis económica, pero no solo como una agenda a ser cumplida por el gobierno, sino planteando el rol que cada uno de los bolivianos tiene en esos propósitos.


Nada de eso hizo Morales en su discurso-informe del pasado 22 de enero, a cambio, se presentó como un adusto gerente de una corporación petrolera, para quien todo son cifras y resultados, en vez de presentarse como lo que es (o era), un político capaz de leer el presente y prefigurar el futuro. Qué duda cabe, las revoluciones empiezan a mostrar sus hilachas cuando sus líderes creen ser administradores de una empresa y no líderes de una comunidad política. 

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