lunes, 15 de febrero de 2016

LOS EFECTOS POLITICOS DEL CASO EVO- ZAPATA

El pasado miércoles 3 de febrero, de la mano de Carlos Valverde, el proceso electoral en torno al referendo constitucional dio un vuelco sorpresivo. Hasta esa fecha la campaña de la oposición que se había sostenido básicamente en torno a las denuncias de corrupción en el Fondo Indígena daba señales de agotamiento. El gobierno, a través de presentaciones del Presidente y Vicepresidente en los medios de comunicación que incluían entrevistas y discursos en las inauguraciones de obras, logró recuperar presencia en la opinión pública y quizá revertir la tendencia creciente del No. La estrategia desplegada era colocar a Evo y Álvaro como si fueran candidatos, como si en el referendo del 21F no se jugara (solo) un cambio en la Constitución sino la permanencia de ellos en el poder, algo de vida o muerte para el proceso político iniciado por Morales en 2006.  

Era claro que esta estrategia estaba basada en el supuesto de que la popularidad de Evo demostrada en varias elecciones presidenciales se repetiría en las urnas, de que Evo lograría el 21 F lo que no habían podido conseguir los candidatos del MAS a gobernadores y alcaldes en las elecciones subnacionales de 2014: ganar por un margen superior al 65%.


Empero, esta estrategia centrada exclusivamente en Morales tenía sus riesgos. Se exponía no solo al “candidato” Evo sino al presidente Morales a un proceso donde sería el blanco de todas las críticas y cuestionamientos de  una oposición que, de ninguna manera, se iba a quedar de brazos cruzados ante la posibilidad de que sus oportunidades políticas quedaran postergadas hasta el 2025 con Evo como candidato en 2019.

En esa medida la oposición desplegó su estrategia basada en uno de los flancos más débiles de la gestión de Morales como es la corrupción. La oposición colocó durante varias semanas en la opinión pública el tema de la corrupción en el Fondo Indígena Originario y Campesino (FONDIOC) tratando permanentemente de mostrar que este hecho anómalo era producto de la concentración del poder en la figura de Morales y de la ausencia de independencia de las instancias de control de los recursos públicos, ambos rasgos de la gestión masista.

Ante esto el gobierno asumió una actitud aunque dubitativa probablemente efectiva para rechazar las acusaciones de corrupción. Puso tras las rejas a varios importantes dirigentes indígenas ligados al Fondioc (algunos de ellos de la oposición) empero sin asumir similar determinación con Nemesia Achacollo, quien fue ministra de Desarrollo Rural y tierras justo en el periodo en que se desplegaba una amplia red de corrupción en esta institución. A esto se sumó un discurso gubernamental que  minimizaba el monto de dinero robado al compararlo con el de las gestione que el MAS califica como neoliberales.

Una de las claves en la política y en el ajedrez consiste en sacrificar a todos los peones y alfiles para salvar al rey. Esto es lo que hizo el MAS y lo estaba haciendo bien. Al encarcelar a varios dirigentes implicados en los malos manejos en el Fondioc mostraba que se asumía de alguna manera voluntad para castigar con los autores. Hasta ese momento se habían dado las denuncias, pero ellas no llegaban a la cabeza, no salpicaban a la principal figura del ejecutivo, el presidente Evo Morales.

Empero el miércoles 3 de febrero una denuncia del periodista  Carlos Valverde dio un nuevo cariz a la política y de golpe puso en el centro de la polémica a Morales. En su programa Todo por hoy,  este comunicador denunció tráfico de influencias entre la empresa china cuya sigla es CAMC y el gobierno a través de  Gabriela Zapata, ex pareja sentimental de Morales y madre de uno de sus hijos. Según los datos que luego fueron aportando varios periódicos entre el gobierno y la empresa CAMC se habrían firmado varios contratos que llegan a los 500 millones de dólares, una empresa donde Gabriela Zapata trabaja como representante legal.

Lo que llama la atención es que esta denuncia, más que otras ha tocado al presidente, lo ha vinculado un caso de supuesta corrupción.  Como era previsible se ha desplegado una estrategia desde el gobierno que busca por todos los medios hacer que Evo no sea el blanco de las acusaciones, ella consiste en aceptar que hubo la relación pero en precisar que esa relación se diluyó en 2007, es decir antes de que Zapata con 26 años de edad asumiera una importante responsabilidad en la conducción de los negocios que tiene en nuestro país la segunda mayor empresa estatal de China.


Más allá de las derivas electorales que puedan tender estas acusaciones de corrupción con olor a culebrón de telenovela venezolana, lo cierto es que esto ha desgastado la imagen del presidente y ha dañado su capital simbólico que tantos frutos electorales le dio en el pasado. El 21 de febrero sabremos hasta qué punto este escándalo ha tenido efectos electorales. En todo caso sea cual fuere el resultado, no se debe olvidar que el presidente todavía tiene largos cuatro años de gestión, años donde la crisis económica hará que la corrupción como nunca estará en el primer plano de la política.

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