La
aparición de Morales en la escena política significó la casi total destrucción
del sistema de partidos que había funcionado entre 1882 y 2002. A partir de las elecciones presidenciales de 2005
nace un sistema de partidos con partido hegemónico (MAS) que prácticamente dejó
a la oposición sin los espacios políticos para tener efecto político, es decir sin capacidad
para determinar, ni siquiera atenuar, las decisiones tomadas por el MAS en el
gobierno.
Una
vez en el poder, el MAS desarrolló políticas en dos ámbitos: el estado y la
nación. Si los anteriores gobiernos, vía participación popular, habían
descentralizado el poder Morales se encargó de retomar su control a través del
mecanismo del Evo Cumple; si en anteriores momentos la política tenía que
negociar y discutir políticas y eventualmente someterse a mecanismos de
fiscalización, el MAS en el poder no tenía que negociar prácticamente con
ningún actor sus políticas: en virtud a su mayoría parlamentaria, podía controlar los mecanismos de fiscalización. Si en la década neoliberal, los gobiernos, habían sido seducidos por la retórica globalizadora y transnacional, el MAS pudo emitir un discurso muy efectivo de
retorno de la patria, de defensa de lo propio frente a lo ajeno, lo que le permitía legitimar sus políticas.
Como
es natural, este tipo de esquema incrementó el poder político del gobierno pero
también generó tres subproductos: adicción el poder, corrupción institucionalizada
y miedo al futuro. Algo ocurre con el poder, con las elites, que a falta de una
oposición concreta terminan por acostumbrarse al poder y consiguientemente
temerle al paso del tiempo, al futuro. Todo anuncio de que dejarán el poder
les ocasiona temores y, consiguientemente,
tratan de conjurar esa posibilidad de
manera temprana, imaginando todo tipo de medidas para curarse, como se dice, en
salud. Al MAS le pareció que el 2019 se
venía el cambio; de manera temprana se sintieron huérfanos de Morales, el solo
pensar que ya no caminarían de la mano de Evo los dejaba ciegos, sin rumbo.
La declaración de una senadora de que en el MAS no había ningún
hombre ni ninguna mujer a la altura (intelectual) del vicepresidente García para
reemplazarlo (Página Siete 3.09.2015), es solo una muestra, de este
aterramiento colectivo en el MAS.
Por
ello y a meses de inaugurarse el tercer periodo constitucional de Morales, en
las oficinas del Palacio Quemado se incubó la idea de realizar un referendo
para consultar sobre la posibilidad de la repostulación de Morales y García
para las elecciones de 2019. El gobierno, preocupado por cerrar lo más pronto
posible con su incertidumbre respeto al todavía lejano 2019 decidió por voluntad
propia ir a un referendo bajo la hipótesis de que con Morales estaba asegurada
la victoria.
Este
desafío político y electoral produjo algunos efecto no previstos que bien vale
la pena anotar. Por una parte, terminó por aunar a la oposición en torno al
rechazo a la repostulación de Morales. En ese sentido hoy la oposición política, en muchos sentidos, es un vivo ejemplo de paradoja política: si bien
está aunada no está unida, si bien va hacia un mismo objetivo no por ello
coordina sus pasos y si bien es diversa, múltiple y contradictoria tiene un
identidad fuerte que se resume en el monosílabo: No.
Un
segundo efecto es la temprana politización de la gestión de
gobierno, sobre todo en el aumento de la capacidad de efecto político de los hechos de
corrupción. En tiempos políticos “normales”, vale decir sin procesos
electorales, casos de corrupción como los del Fondo Indígena pueden causar
daños a la imagen del gobierno, pero siempre posibles de ser atenuados en base
a propaganda y maniobras políticas. Hoy esto no es practicable, la corrupción se ha
convertido en un tema central de la política y ha colocado al gobierno a la
defensiva, con poca capacidad de poder agendar lo que de verdad le interesa que
es la discusión en torno a sus obras de gobierno.
Un
tercer efecto no previsto, son la rebelión de las periferias regionales, si vemos
los resultados de las encuestas regiones como Chuquisaca, Potosí y Tarija, indican
que el voto mayoritario es por el No. Al parecer, el gobierno en estos años de
gobierno ha puesto énfasis en conquistar políticamente las regiones como Santa
Cruz (antiguos bastiones de la oposición) y ha descuidado sus antiguos
bastiones electorales.
Todavía
falta mucho tiempo para el referendo del 21 de febrero, tanto puede darse el
triunfo del Si como del No a la reforma constitucional que permita la
repostulación del binomio Morales –García. En todo caso, una cosa parece
cierta, ninguna de las opciones ganará de manera contundente, lo que abre paso
a pensar en un tránsito hacia un saludable restablecimiento de equilibrios políticos.
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