La política siempre ha sido una cuestión de osadía y cálculo; es decir, una mezcla de coraje animal y razón humana. No se puede ser político si no se posee arrojo, valentía y decisión, pero tampoco puede existir un político que carezca del razonamiento necesario para hilar un pensamiento medianamente válido.
Lamentablemente, en nuestro atribulado país tenemos muchos osados, pero pocos con verdadera capacidad de razonamiento. Muchos políticos prefieren asistir a un gimnasio antes que a una biblioteca. ¡Cuánto mejor sería nuestro país si quienes nos dirigen, visitaran una biblioteca y se sentaran a degustar una novela de Balzac, un cuento de Borges o un poema de Sáenz! A su vez, cuánto mejoraría nuestra desgraciada nación si aquellos que frecuentan las bibliotecas cerraran sus libros y se animaran a salir de su zona de confort, hecha de letras e imaginación, y se lanzaran al ruedo de la política.
Parte del fracaso de la democracia actual radica en que no logra contener a los osados ni premiar con el poder a los pensadores. La democracia suele ser cruel con los intelectuales: apenas muestran sus cualidades y creen merecer el poder por ellas, surgen los mediocres para sostener que el mérito no es lo importante, que el voto debe decidirlo todo. De este modo, quienes terminan por dominar un país son casi siempre las élites carentes de mérito, nunca las intelectuales. La democracia opera, así, como un nivelador hacia abajo de las cualidades personales. Ese es su defecto, pero tambien su gran virtud. La politica tiene como objetivo la libertad como decia la gran Hannah Arendt, pero la democracia tiene como meta la igualdad. La politica suele construir líderes poderosos, la democracia les dice que son transitorios.
Sin embargo, es justo reconocer que un gobierno puramente de pensadores terminaría por paralizar a una sociedad. Si los osados pueden ocasionar calamidades por exceso, los puramente pensadores pueden causar desastres por inacción. La democracia en Bolivia volvió en 1980 de manos de un audaz como Hernán Siles y cuyo arrojo le permitió llegar al poder y devolvernos la libertad; pero luego fue necesario que llegue al gobierno un pensador como Víctor Paz en 1985 para dar estabilidad a la economía y a la sociedad boliviana. Siles era el hombre que se enfrentaba; Paz, el hombre que calculaba.
Durante los últimos veinte años, Bolivia estuvo en manos de osados. La razón les dijo que no nacionalizaran y nacionalizaron; la mesura les dijo que no se repostularan y lo hicieron; la prudencia les indicaba no gastar pantagruélicamente los recursos y los despilfarraron. Tuvimos casi dos décadas de pura energía, de puro desafío a la lógica, que funcionó mientras hubo aplausos y recursos para sostenerlo, pero dejó de funcionar cuando fueron reemplazados por silbidos y carestía. Por largo tiempo hubo pan y circo, pero luego ni pan ni circo, sino una mediocre tragedia griega sin héroes ni heroínas.
El presidente Rodrigo Paz parece ser, a primera vista, un político audaz. Ciertamente, hace falta tener mucho de esa cualidad para persistir en una carrera presidencial cuando (quizá) familiares, amigos, asesores y encuestas le decian que su candidatura iba a ser un completo fracaso. Que no haya escuchado a nadie, sino confiado en si mismo a rajatabla, lo muestra como un político de raza (con pedigrí).
Sin embargo, hoy Rodrigo Paz, ya en calidad de gobernante, va dejando poco a poco esa osadía. Ha puesto como acompañantes de gestión a intelectuales y conspicuos profesionales que le aconsejan no asumir las medidas económicas imprescindibles para pasar a la historia como un estadista: nivelar el precio de los carburantes y el tipo de cambio. Hoy, ellos, y quizá él mismo, ya no quieren arriesgar su estadía en el poder y por eso van dando largas a los asuntos pendientes, esperando que llegue el momento ideal para asumirlos.
Pero es algo que se lo debe hacer en el corto plazo. Los partidos derrotados en las ultimas elecciones están en proceso de rearticulación cierto que sin liderazgo claro ni objetivos concretos. Pueden estar callados pero no están inactivos. Pueden estar inmoviles pero no paralizados. Los politicos no se jubilan, los animales politicos menos aún.
La gran capacidad del político asi como su tragedia radica en que tiene que decidir. Estar frente a una responsabilidad politica implica tomar determinaciones que no seran del agrado de la mayoria de la población, que no cosecharán aplausos pero que se las tiene que hacer bien y rápido. En esto se juega el destino de un país.
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