Hubo un tiempo en que las
calles, los caminos y las plazas estaban por completo dominadas por el MAS.
Desde esos espacios, “no convencionales de la política”, este partido configuró
su propuesta política y su camino al poder gubernamental que se consolidó en
2006. Por ello, desde que Morales se sentó
en la silla presidencial, desde el preciso instante en que juró como mandatario,
estuvo convencido que para mantenerse en el poder era necesario ganar en las
urnas, tanto como vencer en las calles.
Urnas
y calles son una dupla que coexiste con la democracia, son sus dos fuentes de
legitimidad, son dos espacios donde se expresa la ciudadanía y que no pueden
existir una sin la otra. El MAS siempre jugó en ambas bandas: cuando se produjo
la crisis de 2003, estuvo de lado de los movimientos sociales alentando la
presión hasta forzar la renuncia de Sánchez de Lozada; y cuando
hubieron elecciones en 2005, logró que el contrapoder ciudadano que se había
gestado desde inicios del siglo XXI, lo apoyara y lo llevara al poder.
Con el pasar del tiempo y
bajo el influjo de sus fulgurantes victorias en las elecciones presidenciales y
la larga permanencia en el poder, el MAS cayó en la equivocación de creer que
las organizaciones que los respaldaban eran, en si mismas, la sociedad civil, toda
la ciudadanía. No cayó en cuenta que, a medida que pasaban los años, hubieron cambios
en la sociedad producto del crecimiento de la urbes y de la clase media que,
por fuerza, hicieron nacer nuevas demandas, nuevos actores e identidades, mismas que no se alineaban en las “clásicas”
organizaciones sociales adictas al MAS.
Hoy, de alguna manera, el
MAS está pagando el costo de este error. Aupado por las organizaciones sociales
se embarcó a un referendo, el famoso del 21 de febrero de 2016, del que salió
derrotado y, respaldado por esas mismas entidades, se lanzó a presionar al
tribunal constitucional que, finalmente, aprobó la reelección indefinida pero
al costo de dañar severamente su legitimidad. Estos errores solo consiguieron que las diversas
organizaciones contrarias al MAS, que se habían ido incubado a todo lo largo de la década, se
unan en torno a una demanda de alta agregación como es el No a la
repostulación.
Hoy Morales ya no tiene
claro su dominio ni en las urnas ni en las calles y va cediendo terreno en la
movilización urbana donde otrora reinaba sin contendor serio. Ha surgido un
contrapoder ciudadano que logró una notable victoria obligando al gobierno
a someterse a la humillación de derogar una ley, la del código penal, ya
aprobada por el parlamento y refrendada por el poder y, ahora, busca bloquear
una determinación del Tribunal constitucional que habilita a Evo como candidato
para las elecciones de 2019.
Las calles ha vuelto a
ser el escenario de la lucha política, corresponde al gobierno, por su propio bien, dejar de oír a los aduladores y prestar atención a los críticos.
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