El
gobierno ha resuelto dejar de lado la iniciativa política y repetirse a sí
mismo. Dueño absoluto de la verdad, no ha podido siquiera evaluar bien el conflicto
por el código penal y ha continuado su gestión como si nada hubiera pasado,
como si el problema no hubiera desnudado las carencias profesionales de sus
ministros, la falta de coordinación entre el poder ejecutivo y legislativo, la ausencia
de una estrategia de administración del conflicto, amén de una falta de capacidad
de comunicación de su ministra y del propio Morales. Como si lo ocurrido no
hubiera sido una verdadera tormenta en la gestión del gobierno, una derrota
donde un grupo con poca experiencia de movilización como los médicos pudo vetar
una ley ya sancionada por el poder ejecutivo, el gobierno continúa con su
lógica de ningunear y desconocer el contrapoder ciudadano cada vez más
organizado y fortalecido.
En enero de 2018, cuando la ciudadanía y los movimientos sociales afines al gobierno
esperaban una remoción casi total del gabinete (que también debería llegar a la
directiva de la cámara de diputados y senadores), Morales decidió por
mantener las cosas como están, por premiar a su ministros con su ratificación y
solo cambiar a dos de ellos que, por razones de salud, habían pedido su
sustitución. Por su parte, cuando el conflicto médico abrió una amplia expectativa
sobre el destino de la salud pública en nuestro país, el gobierno no mostró ninguna
iniciativa que haga pensar que existe una policía de salud diseñada desde el
gobierno para ser discutida por sus actores y, cuando la abrogación de nuevo
código abría las posibilidades para que el gobierno ponga en juego alguna propuesta
de reforma de la justicia, no se ve ninguna iniciativa de parte del poder
ejecutivo, salvo el anuncio de una cumbre cada vez más lejana y olvidada.
A
cambio, el gobierno da señales propuesta pero en ámbitos que,
paradójicamente refuerzan y expresan sus limitaciones y falta
de profundidad en el diagnóstico de la última crisis política. Como cree que los
opositores hace política detrás de las computadoras, anuncia un control de la
redes sociales, además de una “guerra digital” donde los movimientos
sociales dejan las calles para convertirse en trolls plurinacionales o en emoticonos azules; como cree que la oposición
surge desde los niveles de gobierno subnacional, apoya iniciativas de referendo
revocatorio contra varios alcaldes
(Revilla es el más notorio) y,
como está persuadido que la oposición ha contaminado las organizaciones
sociales (eso que los leninista conocen como “entrismo”), apoya su
debilitamiento o su división como es el caso de la Central Obrera Boliviana.
Hubo
un tiempo en que el gobierno tenía iniciativa política, un tiempo luminoso en
que el MAS marcaba horizonte político, hoy ha perdido ese rol. Una vez cumplidos
los grandes puntos de la agenda política de 2003 que contenía nacionalización
de los recursos naturales, inclusión de la diversidad y asamblea constituyente,
el poder carece de propuestas que no sean la autoalabanza y la repetición de sí
mismo.
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