En todo
partido político se mueven dos tendencias políticas: los radicales y los moderados.
Los primeros que se adhieren a los cambios traumáticos, rápidos y de un solo
golpe frente a los segundos que postulan las transformaciones graduales, lentas
y minimalistas. Empero las disputas no son relativas a fines sino a los medios.
Aunque la gente tiende a ver a los
partidos como homogéneos, en realidad no es así, las disputas por el poder no
solo se presentan entre partidos, sino también al interior de los mismos. En
países como Bolivia, donde el líder tiene una centralidad en la toma de
decisiones, quien suele inclinar la balanza hacia un lado u otro es el caudillo
que define, al final, la profundidad y el sentido de las políticas.
A la luz de
los hechos se puede decir que desde la derrota del MAS en el referendo del 21 de
febrero pasado lo que predomina en este partido es la tendencia radical,
aquella que señala que no debe haber ningún tipo de concesiones con la
oposición ya sea esta partidaria, comunicacional o individual. En cierto
sentido, el discurso del ministro de gobierno Juan Ramón Quintana en el acto de
interpelación en el poder legislativo del pasado 18 de mayo fue una expresión
del triunfo de la tendencia radical en el gobierno. Acusó a la prensa de
conformar un cártel de la mentira, a los abogados de Zapata de inventarse la
existencia de un niño y, en general, a la oposición de estar con la antipatria.
Adicionalmente, el discurso de Quintana fue una advertencia a la tendencia
moderada del MAS, de lo equivocados que están si piensan que es la hora de ser
cautos con la oposición, de que la lógica debe ser de ataque permanente, de no
permitirles ni un solo resquicio que amplíe su marco de oportunidades
políticas.
A las
palabras radicales siguieron las acciones, desde el gobierno se avanzó en la
idea de cambiar la ley de imprenta y de regular las redes sociales; se detuvo
al abogado de Gabriela Zapata Eduardo León y hasta ahora se lo mantiene
ilegalmente preso; se habló de ir a un
segundo referendo para la repostulación de Evo y hasta ahora no existe solución
a la demanda de los discapacitados que llega a los 100 días de movilización, ni
tampoco a los despidos de los obreros de
Enatex.
Por su
parte, los moderados que son parte de la cúpula masista están callados, como
esperando mejores tiempos. Los únicos que hablan son los que conforman la
periferia del marco de decisiones del MAS como los senadores masistas René Joaquino
y Pedro Montes, que, a despecho de los
radicales, señalaron que se debe respetar la decisión del pueblo emanada del 21
de febrero. “Se ha dicho no a la repostulación,
respetaremos pues” dijo, enfático, Montes. Empero dos golondrinas no hacen
verano, tanto así que para Hugo Moldiz
estos dos senadores “representan una posición tan marginal dentro del MAS que
realmente no tienen ninguna representatividad” (El Deber 5.06.2016).
No está claro
hasta donde llegarán los radicales en sus acciones ni sabemos cómo miden los
efectos políticos de sus actos. Aparententemente
de lo que se trata es de cerrar el marco de oportunidades políticas que abrió para
la oposición la derrota del MAS en la consulta del 21 F. Una de
las vías es apostar por un segundo referendo, cuya hipotética realización abre un
abanico de consecuencias políticas imprevisibles, con la probabilidad de que el
MAS salga aún más debilitado. La otra vía es avanzar en la construcción de un
estado de derecho politizado que permita al gobierno aumentar su control sobre
la sociedad civil (por ello atemoriza opositores, diseña leyes para la prensa).
Lo complejo de ambas estrategias es que lo alejan a la clase media, un sector que, como se vio en el referendo, lo
que demanda es estabilidad y respeto por las reglas, apertura del debate
político, rechazo a la corrupción y construcción de institucionalidad.
A lo largo
de su historia, el MAS siempre estuvo tensionado entre las corrientes radicales
y moderadas. Los moderados no siempre
fueron una temerosa minoría. Por ejemplo, para lograr su histórico triunfo en
las elecciones de 2005 el MAS tuvo que extender su mano hacia las ciudades,
hacia los sectores medios, con un discurso que llenaba el centro político.
Mientras el MIP de Felipe Quispe se iba a la extrema izquierda, y Tuto Quiroga
a la derecha, el MAS copó exitosamente el medio político, con un discurso de
cambio con orden, de revolución democrática. Fue una táctica adecuada puesto que
es imposible lograr mayorías electorales sin el voto citadino.
En 2019,
con Evo como candidato o sin él, se llevarán a cabo las elecciones nacionales y
el MAS buscará seducir nuevamente a la clase media, a
los pobladores de las ciudades, a aquellos que buscan institucionalidad.
Alguien debería recordarle a Morales que son los moderados y no los radicales los
que ganan elecciones.
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