Los resultados del último
referendo en el Reino Unido para decidir si ese país permanece o no en la unión
europea ha generado una crisis política y económica de efectos todavía
imprevisibles. Para empezar la decisión pone en jaque a los países de la
Comunidad Económica Europea (CEE) que, según las previsiones del FMI, bajará un medio punto porcentual en su crecimiento del
Producto Interno Bruto, dado que lo que aporta el Reino Unido a esta entidad es de
18.700 millones de euros, cifra de la que ahora deberán prescindir. Esta situación
es todavía más grave en un contexto donde Grecia y España pasan por severas
crisis económicas. Desde una perspectiva política, la clave de la crisis parece
ser que la decisión británica da aire a las tendencias nacionalistas en otros países
de la comunidad europea, cerrando las posibilidades a la globalización y al
crecimiento económico, dos de los grandes dogmas de nuestro tiempo.
Esta decisión,
manifestada en las urnas, ha generado duras expresiones de políticos europeos.
Felipe Gonzales, expresidente de España y que se denomina a sí mismo “un
europeo europeísta” ha acusado a David Cameron, el primer ministro británico,
de provocar este referéndum nada más que para solucionar un problema personal y
de partido, dando paso al triunfo de las “emociones negativas” de quienes se
oponen a la CEE pero sin dar alternativas a cambio. Por su parte el conocido
periodista Jhon Carlin, en un artículo de El país de Madrid, sugiere que los
que votaron por la salida de Gran Bretaña de la CEE tienen la misma mentalidad de los fanáticos de la
selección inglesa, conocidos por Hooligans, que gritan obscenidades, insultan a
las mujeres y se emborrachan. Los que optaron por el brexit, sostiene enfático Carlin,
demostraron su ignorancia, desconfianza, desdén y carencia absoluta del sentido de la
responsabilidad. Por último Simón Bren-Levis, profesor en Oxford indica que entre
los culpables del triunfo del brexit no se debe olvidar a los tabloides, que generan una
imagen de la economía falsa y desinformada.
Un rasgo común de estas
opiniones es la idea de que el pueblo se equivoca, que su opción expresada en un voto está impulsada por la emoción y no por la razón, dada por
la influencia de los medios de comunicación y no por una decisión autónoma y
meditada.
Dados estos antecedentes
es casi lógico que naciera, en una parte de las filas de los perdedores, la iniciativa
de repetir el referendo (lo que en nuestras latitudes llamamos un “segundo
tiempo”). Según la BBC la petición de un
nuevo referendo en dos días ya ha recolectado más de 3.500 millones de firmas,
a lo que se debe sumar la amenaza de Escocia de bloquear la salida de la comunidad europea y la
sugerencia del jefe de Gabinete de la presidenta Angela Merkel de que a los británicos se debería
dar la oportunidad de reconsiderar su decisión.
Mas allá de que uno esté
o no de acuerdo con la decisión británica, lo importante es constatar que los políticos, en general, cuando pierden una consulta acusan al pueblo de haberse equivocado; de pronto
dejan de lado su elogio al pueblo, al cual consideran la voz de dios, para verlo como incapaz de tomar sus propias decisiones; se lanza la prédica de
que ese pueblo fue engañado por los populistas, por los opositores, por los medios
de comunicación lo que, claro, da una base de legitimidad a la postura de repetir el
referendo.
Lo que se olvida, es que
un referendo es una consulta no un examen a la ciudadanía, por lo tanto son los
políticos y no el pueblo el que debe hacer mejor su tarea, son los políticos
los que deben leer adecuadamente lo que demanda la sociedad antes que esperar que
la ciudadanía haga lo que quieren los políticos.
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