Decir oposición en Bolivia
no es referirse a un partido político o a un líder en específico sino a un
conjunto de personas de distinta tendencia política, de distinto origen social,
económico y generacional, a los que los une la posibilidad de que Evo no se vuelva
a repostular. Nadie, que sea serio,
puede decir que el triunfo del NO se debió a la labor de un partido o líder, el
No triunfó porque se activó un rasgo de la cultura política del ciudadano que
señala que la perpetuación de una persona en un cargo va contra las reglas de
la democracia como sea que ella se considere, no importa si la persona que optó por el No cree más en una democracia
participativa o en una representativa, en una liberal o en una comunal. Para
ambos la repostulación de Evo y Álvaro estaba mal y punto. ¿No es verdad, acaso,
que en Bolivia durante toda su historia se ha condenado el caudillismo y que, una de las razones para la debacle del sistema de partidos que gobernó el país
entre 1985 y 2002 era que ellos no se renovaban, que sus líderes eran siempre
los mismos?
En ese sentido, el voto contra la
repostulación no es, necesariamente, un voto contra Evo o contra el MAS, es una
tendencia que, sobre todo, busca el respeto por las reglas de la alternancia
democrática. Solo así se explica la aparente paradoja de que Evo haya sido
derrotado en el referendo teniendo, a la vez, índices de popularidad que harían
palidecer de envidia a sus pares sudamericanos como Dilma Rousseff, Ollanta Humala
o Michelle Bachelet. Si bien la gente podía tener varios cuestionamientos a la
gestión del MAS, en general, estaba más o menos contenta con su gestión de
gobierno. Esto pasaba sobre todo en los espacios urbanos y de clase media que
fueron, según el último informe del PNUD, los que más rápidamente mejoraron en
estos diez años de Evo en el poder.
Sin embargo, el MAS con fe de suicida, en vez de reconducir
su política para reproducir el poder en 2019 sin Evo como presidente; en vez de
moderar su discurso y dar señales claras de que ha escuchado a la población y
camina hacia la construcción de instituciones y recambio político hace, en
realidad, todo lo contrario: encarcela abusivamente a personas y abogados, amedrenta
a periodistas, acusa a los medios de comunicación y da señales de querer abrir la Constitución para introducir, de contrabando, el tema de la
repostulación de Morales y García.
Ante la radicalización del
gobierno el efecto previsible es que los
que votaron por el No también se radicalicen y se haga antievistas, no admitan matices en su crítica al gobierno sino que, en conjunto, rechacen a
Evo y apoyen a cualquier corriente que represente o exprese este antievismo. La clave de esta postura es
que la gente no vota a favor de alguien sino en contra de alguien, aparece un esquema
de divisiones políticas que no tienen que ver con la clase, la etnia, la tendencia
política ni con el programa de gobierno sino con la persona y lo que
representa. Las identidades básicas se diluyen para dar paso a una tendencia bastante heterogénea pero efectiva políticamente.
Esto es algo que ya se viene dando,
con sus matices, en otros países. Como lo hace notar Simón Pachano, profesor de
Flacso, el triunfo de Pedro Pablo Kuczynski
en la segunda vuelta presidencial en Perú se debe no tanto a que la gente
haya votado a favor de este candidato sino que lo hizo en contra de Keiko o más específicamente
en contra del fujimorismo que representaba abuso de poder y corrupción. Esta tendencia que, en rigor no apoya ninguna tendencia política tiene un gran potencial político y electoral, porque puede unir a las
corrientes políticas más diversas y disímiles, tal como pasó, aunque de manera incipiente, en el referendo del 21 F en nuestro país.
La cristalización del antievismo dañará
severamente al proyecto de poder del MAS aunque, paradójicamente, es el mismo MAS el que se encarga de promover.
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