A medida que se va acercando la consulta del 21 de febrero de
un cambio en la constitución que permita que Morales y García se postulen otra
vez el 2019, se nota una cierta angustia
en el MAS. La forma como han diseñado su campaña suena a evaluación presidencial, tiene olor a plebiscito. Plantean el
referéndum como que no tiene que ver centralmente con la modificación de la Constitución, sino
con la continuidad o no de Morales en la presidencia. Por ello, solo les sirve
ganar por una amplia mayoría, reeditar los triunfos en las elecciones
presidenciales de 2005 y 2009 donde casi 6 de cada 10 bolivianos optaban por Morales.
Si ganan por una cifra menor o pierden se desgastan políticamente, ya que se leería
su baja votación como un voto de desconfianza a la actual gestión del MAS.
Para evitar esto Morales ha puesto en acción dos estrategias
que las veremos con mayor nitidez en las semanas venideras: por una parte
muestra los logros de su gestión que resume en 10 puntos y, por otro, se
dedica a tipificar a los posibles votantes por el No como gonistas,
vendepatrias y derechistas. Hace poco el presidente dijo explícitamente “en política solo hay izquierda o derecha, en
política solo hay si estamos con el pueblo o estamos con el imperio”,
“quienes están con el No están detrás de Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada)
detrás de (Carlos) Sánchez Berzaín”. (Página Siete 23.12.2015).
Se dice que una de las maneras de fracasar en política es creer
que lo que fue efectivo antes puede serlo ahora. El MAS cae en ese error. Repite
una fórmula que le sirvió en las elecciones de 2005 y de 2009, cuando el país pasó
por la explosión simultánea de los clivajes territoriales, étnicos y de
clase. Las alusiones a los “vendepatrias”
de la derecha no solo que captaban votos sino que eran fuertemente movilizadoras: la
gente efectivamente optaba no solo a favor de Morales sino contra el anterior sistema
de partidos que se había enfangado en ineptitud y corrupción. Hoy, es probable que esta dicotomización no sea efectiva porque la derecha en Bolivia es como el
fantasma de Canterbille, (la genial novela de Oscar Wilde): un fantasma que
existe pero que no parece asustar ni hacer daño a nadie.
El problema es que esta estrategia, aunque errada, calza bien
en el perfil político y discursivo de Morales. Al final un político se
acostumbra a cierto libreto, a cierta teatralidad, a cierta máscara que no
puede cambiarla muy fácilmente. Morales es como el producto más puro de la
polarización política, nace y crece en la confrontación, en la búsqueda y
derrota de adversarios. Surgió como el más importante dirigente cocalero cuando
convirtió a la hoja de coca en el símbolo de la lucha contra los Estados Unidos; pudo derrotar a los partidos del ancien
regime al tipificarlos como enemigos de la patria, en laboriosos confabuladores
de la unidad e integridad territorial.
Hace falta saber si este estilo de Morales es útil para ganar
el referéndum del 21 de febrero. En primer lugar no interpela a una buena
porción de votantes jóvenes para quienes las dictaduras que asolaron el
continente entre los años 70 y 80 o la guerra del agua y del gas no son más que
referencias en libros de historia. En segundo lugar, su propio discurso centrado
en interculturalidad, anticapitalismo y buen vivir, se ha desgastado por lo poco
que se efectivamente se avanzó y, tercero, porque, probablemente, para la gente
(ya lo vimos en Argentina y Venezuela) la agenda prioritaria más bien sea la de
generar consensos como clave para construir instituciones que permitan estabilidad
económica, mejor justicia y lucha contra la corrupción.
En 1945, Winston Churchill, el mítico político británico que
había comandado la victoria de los aliados frente a Alemania en la segunda guerra
mundial, se presentó a elecciones, perdió: el discurso de Churchill servía para la guerra no para la paz.
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