Uno de los datos
centrales del actual panorama político es la presencia de conflictos, lo dice
la fundación UNIR que menciona que desde 2011 se observa una tendencia
creciente al endurecimiento y a la violencia en los conflictos, ya que solo en
los tres primeros meses de este año hubieron 300 conflictos. En este breve artículo ensayaremos algunas
ideas sobre la forma en que el gobierno
lee los conflictos.
Una primera
constatación tiene que ver con el hecho de que el gobierno enfrenta los
conflictos como si todos ellos tuvieran carácter conspirador, como si ellos
buscaran derribar al gobierno y truncar el/su proceso de cambio. Esta
constatación, hace que el gobierno tenga tres fases en su respuesta a los
conflictos.
La primera consiste
en el ninguneo, el gobierno minimiza para la sociedad y para sí mismo la
importancia del conflicto, percibe que sus actores son incapaces de generar
mayor repercusión política, la segunda parte es la descalificación de la
demanda y del conflicto con acusaciones fuera de tono y de lugar y la tercera es el represión pura y dura.
El problema con
este tratamiento del conflicto es que no es un tratamiento político, en el
sentido de la política entendida como construcción del bienestar común entre
actores diversos, sino de un tratamiento que más bien aniquila la política ya
que no mira al otro como una fuente de información o de opinión a tomar en
cuenta, sino como un factor de desestabilización política al que (necesariamente)
se debe vencer y hasta humillar. Por
ello es que la forma en que se construye la estrategia política de gobierno,
poco tiene que ver con la política y sí mucho con la policía, mucho con sus
reportes de inteligencia y poco con una red de actores políticos propios que le
permitan mayores y más acertados consejos y rutas para enfrentar el conflicto.
Da la impresión que en estos casos como en muchos otros, el gobierno no toma en
cuenta a su propia militancia ni a sus propios aliados, sino que construye sus
medidas en un riguroso y peligroso solipsismo que lo aleja no solo de la
sociedad sino de su propia base social.
Una de las grandes
fortalezas del MAS fue el haber emergido de un movimiento social y político que
buscaba ampliar la democracia, hacerla más inclusiva, más participativa. Ese
era su norte y su brújula, imprescindibles guías que hoy parecen estar
olvidadas o, peor aún, perdidas.
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