Bolivia es un país donde nunca la fuente
de legitimidad política se ha basado solo en el acto electoral. Todos los
gobiernos, desde la recuperación de la democracia en 1982, han estado supervisados
por movimientos ciudadanos que pudieron censurar y, en su caso, vetar decisiones
que consideraban atentatorias al interés colectivo. Es decir, para tener gobernabilidad
era necesario no solo el respaldo de las urnas sino también salir airosos de la
vigilancia de los grupos de la sociedad que continuamente evaluaban la
gestión y las políticas emanadas desde el poder ejecutivo. Si las elecciones se
realizaban cada cuatro o cinco años, la vigilancia y el control ciudadano era cotidiana, lo que a veces llevaba a serios problemas de gobernabilidad puesto
que la acción ciudadana, a veces lograba limitar el poder gubernamental y, en
algunos casos, incluso, reducir el mandato.
A esto Isidoro Cheresky llama “democracia continua” donde el poder ejecutivo,
permanentemente debe revalidar su legitimidad a la luz del veredicto ciudadano.
Cuando Morales llega a la presidencia en
2006, lo hace montado sobre ambas fuentes de legitimidad política -dicho esquemáticamente
las urnas y las calles-, lo que configuró, en una primera etapa, un gobierno de
amplio consenso al frente de una débil oposición. En estas condiciones, el MAS
desplegó un proyecto estatal que amplió las capacidades de intervención del Estado
en la sociedad, la economía y la política. Si en el aspecto económico la política del MAS
consistió en la nacionalización de los hidrocarburos, en el plano político esto
supuso la puesta en marcha de un estado que busco recentralizar buena parte de
los recursos económicos de los gobiernos subnacionales (gobernaciones y
alcaldías); el control, anulación y cooptación de los liderazgos políticos
locales que habían emergido junto a la participación popular y, la construcción
de la figura de Morales como el gran constructor de desarrollo y modernidad en
el territorio a través, entre otros, del programa Evo Cumple. Al mismo tiempo, se procedió a un control de
las organizaciones sociales con el establecimiento de pactos clientelares con
la cúpula dirigencial de los movimientos sociales, junto al anulación de
Organizaciones no Gubernamentales críticas al gobierno, la ocupación de gran parte
del espacio mediático con la compra de medios de comunicación y el control a la
prensa por medio de publicidad estatal.
Con todo, la ciudadanía nunca dejo de
hacer uso de su autonomía y poder de vigilancia. Pese a la política de control
del poder ejecutivo sobre los gobiernos
subnacionales, varios territorios continuaron votando por candidaturas de la
oposición (alcaldía de El Alto y Cochabamba, Gobernación de La Paz) y, pese al
dominio sobre las organizaciones sociales e indígenas, cuando ellas vieron afectados
sus intereses hicieron uso de su poder de veto haciendo retroceder al gobierno
en su política (gasolinazo, TIPNIS). Por su parte, a través de medios de
comunicación independientes y de organizaciones no gubernamentales dedicadas al
estudio de la realidad económica y social, se denunciaron la ineficiencia del
manejo de la economía, el manejo corrupto y dispendioso de los recursos del
estado y la deriva autoritaria del gobierno; críticas que, además, fueron
exponencialmente difundidas a través de las redes sociales de internet. En
otras palabras, al frente del poder gubernamental existe una sociedad que no
razona como militante sino como ciudadano, no desde la ideología sino desde sus
derechos.
Este proceso de emergencia de acciones
colectivas destinadas a vigilar y controlar las políticas gubernamentales, lo que
Rosanvallon llama contrapoder, terminó por armar un extenso y multiforme abanico
de oposición ciudadana que esperaba un canal y un motivo para ejercer su poder
de veto al MAS y a Morales. El MAS con su lógica confrontacional y autoritaria,
con su persistencia de instrumentalizar el poder judicial a su favor, había
dañado severamente su legitimidad y abierto una posibilidad política para que
el contrapoder ciudadano se manifieste.
En este contexto se dio la huelga médica, inicialmente
contra dos artículos de la ley de Codígo del sistema penal (CSP) que terminó
mostrando su debilidad. El gobierno, creyendo que su consenso político estaba
intacto, de la mano del vicepresidente García, procedió a promulgar la nueva
ley del CSP asegurando que la discusión había terminado. Empero, los médicos no
dieron marcha atrás, de alguna manera percibieron la pérdida de legitimidad del
gobierno y la convirtieron en oportunidad política. Superando las fiestas de
fin de año, los médicos ya con varios apoyos a su causa, en enero, pasaron a la
ofensiva y pudieron reunirse con los personeros del gobierno sin levantar las
medidas de presión, que era la exigencia del ejecutivo. Esta debilidad fue
percibida por otros sectores que también se sumaron a la lucha médica aunque ampliando
la demanda a una abrogación total del flamante código penal. Ante esto el gobierno
hizo maniobras para que el triunfo del contrapoder ciudadano no se consumara,
empero, sin éxito: ensayó una salida despótica anunciando la aplicación de la ley
y las atribuciones constitucionales del Presidente (que fue percibida por la
gente como un anuncio de estado de sitio); para casi inmediatamente derogar un
par de artículos del CSP; después postergó la aplicación del Código por un año
y, cuando vio que ninguna de estas iniciativas daba resultado, Morales instruyó
a la Asamblea la abrogación de la ley, con lo que se dio fin al conflicto.
Aunque la capacidad de veto de la ciudadanía
no es una novedad en la sociedad boliviana conviene señalar algunos aspectos
particulares a la luz del último conflicto. En
primer lugar, existe una ampliación del espacio de disputa ciudadano puesto que
el actor involucrado no pertenece a los indígenas (TIPNIS) o a los sectores
populares (gasolinazo), sino a la clase media (médicos). En segundo lugar, se
trata de un movimiento que demuestra el poder de las redes sociales que
amplifican y fortalecen la capacidad de crítica y vigilancia del poder y,
finalmente, muestra la emergencia, en las urbes, de una ciudadanía activa con
capacidad de movilización pero todavía con pocas posibilidades de aglutinamiento
y de propuesta política. Hoy Bolivia
carece de oposición partidaria, pero tiene un fortalecido contrapoder
ciudadano.