Uno de los
argumentos más utilizados por la militancia del MAS para justificar la elección
indefinida de Morales es que ella será sometida a consulta del pueblo. El argumento es incontrovertible, porque todos estamos de acuerdo en que la base de la democracia es el pueblo donde
recae, al final, la soberanía del estado, esto es su capacidad de decidir
libremente.
Sin
embargo, los problemas surgen cuando
tratamos de saber lo que es pueblo. Por ejemplo, para los nacionalistas pueblo
es el sujeto portador de una terminada identidad, es el conjunto de personas
que llevan las características más claras del ser nacional, como las
costumbres, la lengua y la historia. Para otros, el pueblo son los pobres, los
desheredados, los subalternos, el grupo de individuos que necesita apoyo o que
son víctimas de algún rico, de algún oligarca.
Estas definiciones no están exentas de ambigüedades ya que eso implica
saber quiénes son los pobres, desheredados y explotados por los ricos. Pongamos
un ejemplo: para el MAS el pueblo son los movimientos sociales, aquellos grupos
corporativos que apoyan el proceso de cambio y que creen que Morales debe estar
indefinidamente en el poder; en cambio, los habitantes del departamento de
Potosí, los que hicieron la huelga de los 27 días, no son el pueblo como tampoco
los son los indígenas de las tierras bajas, aquello que caminaron en defensa del TIPNIS. Ambos sectores pueden tener
los mismos rasgos de pobreza y de exclusión, sin embargo no por eso son conceptualizados como pueblo, para que ese término alcance dimensión objetiva y
material hace falta que alguien lo haga. Esto ocurre porque la definición de quiénes son el pueblo
está ligado de manera indisoluble a la lucha por el poder, ya lo decía Francois
Furet en su libro Pensar la revolución francesa: “Puesto que el pueblo es el único que tiene el derecho
de gobernar o que debe al menos, en caso de no poder hacerlo, volver a
instituir permanentemente la autoridad pública, el poder está en manos de
aquellos que hablan en su nombre”.
Para evitar
estas complicaciones, es decir para que cada quien no tenga su propia certeza
de lo que es el pueblo, se ha inventado las urnas, el voto, donde la idea llamada
pueblo, se expresa y alcanza materialidad. En este caso, ya no es una persona o
un líder mesiánico el que define lo que quiere el pueblo sino son las urnas, lo
que suena más democrático. Sin embargo, ahí surge el dilema de todas las
democracias representativas. ¿Cuándo y por qué se debe consultar al
pueblo?, para responder, partamos de que
no se puede consultar de todo y para todo al pueblo, por un tema obvio de
oportunidad y de recursos. Un estado no se puede dar el lujo de convocar a la
ciudadanía a votar a cada momento, se tiene que priorizar los temas por los cuales
se hace necesario convocar a la ciudadanía a las urnas.
¿Cómo
llegamos a saber qué temas son prioritarios de ser consultados? Siguiendo la
experiencia boliviana se puede decir que los bolivianos fuimos a las urnas para
tres casos: a) definir o relegitimar la titularía del poder; b) para aprobar un
nuevo ordenamiento jurídico ya sea constitucional
o autonómico; y c) para aclarar algo que no está escrito en la Constitución o que no esté claro, como la consulta por el gas.
Soy
de la opinión que el referendo por la reelección, a la cual iremos en febrero
del año próximo, no se adecua a ninguno de estos casos: por una parte no se
trata de un vacío constitucional, ya que la Constitución establece el tiempo y
el número de veces que debe reelegirse al presidente y vicepresidente; no pasamos por un momento en que el poder esté vacante o que esté deslegitimado (el
MAS y sus voceros permanentemente nos dicen que su popularidad siempre está en
alzada) y, por último, no se trata de una consulta que complemente o aclare
algo que no esté explícito en el ordenamiento jurídico del país.
En
suma, el argumento de que es el pueblo el que será consultado en febrero no
define el debate en torno a la reelección. Hace falta saber si esta consulta es
necesaria para el pueblo o solo útil para quien habla en su nombre.
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