sábado, 15 de octubre de 2011

SUCRE Y SU ELITE MIEDOSA


Toda sociedad posee elites, un grupo ciertamente minoritario que por sus recursos económicos y/o simbólicos puede constituirse en guía/dominador de la sociedad de la cual es parte.

Las élites sucrenses tuvieron su esplendor en la llamada época de los barones de La Plata, más o menos entre 1850 y 1899, en que intentaron y, en buena medida lograron, construir y mantener u
na ciudad que sea el espejo de sus anhelos: noble, colonial y europeizada. Es una elite que valora sus reliquias por que ve en ellas los símbolos de su identidad, que construye edificios y conserva otros porque necesita diferenciarse de la plebe y de otras ciudades a las que considera de menor tradición y abolengo.

Por ello no es casual la afirmación del diputado Claudio Barrios quién en plenos aprestos a la guerra federal en 1899, criticaba en estos términos la inclinación de la elite sucrense por la pompa y la construcción de edificios lujosos:

[N]o importaban para nada los demás departamentos: aún cuando la corriente de los ríos llevase consigo poblaciones de primer orden o faltasen caminos para la vida comercial; aún cuando fuese preciso conseguir elementos bélicos para la nación; debía ostentarse el orgullo ateniense en los palacios y teatros, en acueductos magníficos y en las obras maestras, que la comparasen a París o Buenos Aires. Era la aspiración del mendigo de aderezarse con ricos atavíos sin contar con los elementos necesarios para la vida.

Producto de estos esfuerzos la elite sucrenses logró construir edificios como el Gran Mariscal o la Plaza dedicada a Aniceto Arce (uno de los íconos de la oligarquía sureña) y no es exagerado decir que los que hoy existe como patrimonio arquitectónico, se debe al esfuerzo de la elite por conservarlo, dado que todo eso era un factor de identidad y distinción.

Hoy toda esa importante e invalorable arquitectura está en proceso de desaparecer. Buena parte de la ciudad está cediendo sus construcciones coloniales a edificios coloridos e inmensos que, con su gusto chirriante y de ladrillo visto, nos enfrentan a la angustia de vivir en una ciudad en permanente deformación, una que ha cedido su centro histórico a algo que, orteguianamente, podríamos denominar la rebelión de las masas. Producto de un inexistente plan urbanístico, el centro de la ciudad está aprisionado por los carros, donde los cables y los letreros ocultan y desfiguran al paisaje colonial.

¿Cual la causa?, son varios sin duda, pero uno de ellos tiene que ver con que en Sucre hoy existe una nuevo grupo dominante, que independiente de su filiación política, tiene otra sensibilidad y otro concepto de ciudad. Ha arrinconado a la anterior elite, la heredera de la oligarquía del sur, que prefiere mirar Sucre en postales y que ha dejado de luchar o de tratar de influir sobre la sociedad y sus derroteros. Asombrada ante los cambios sociales, políticos y demográficos, e incapaz de colocarse acorde con los actuales tiempos, tiene miedo de intervenir en política, de participar en el espacio público y de influir en ella, ha renunciado a ser una clase dirigente que muestre y defienda aquello que alguna vez consideró suyo: sus edificios coloniales, sus museos y su europeizada arquitectura republicana.

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