El mes de enero de 2019 será recordado como un mes
fatal para las relaciones exteriores de Bolivia, cuyo gobierno de izquierda no
sabe bien cómo acomodarse al nuevo esquema internacional donde varios líderes
de derecha han tomado las riendas de su país, entre ellos Brasil,
con mucho, el socio comercial más importante de Bolivia.
El 1 de enero Evo Morales viajó a Brasilia para asistir
a la posesión de Jair Bolsonaro como nuevo presidente de Brasil. Este no era un
acontecimiento cualquiera: la presencia del presidente Morales se
daba en un contexto en que sus aliados más importantes como Nicolás Maduro de Venezuela; Daniel Ortega de Nicaragua y Miguel
Diaz-Canel de Cuba no fueron invitados a pedido del propio Bolsonaro y donde el
líder más importante de la izquierda sudamericana, Ignacio Lula da Silva está
en la cárcel. Sin embargo Morales hizo todo lo posible para parecer un
desentendido: felicitó a Bolsonaro, lo abrazó y le dio la mano y, en un sorpresivo tuit, lo
llamó hermano; además, no se animó a solicitar una visita carcelaria a su
admirado Lula, ni tuvo grandes declaraciones contrarias a la ideología
conservadora de Bolsonaro: su comportamiento se desarrolló según las reglas que
el protocolo exigía.
Que un líder como Morales, que permanentemente
califica al encarcelamiento de Lula da Silva y al juicio político contra Dilma Roussef
como actos de la derecha latinoamericana servil a los dictámenes de Estado Unidos, tenga esa muestra de diplomacia con alguien que está en la antípoda de su posición
ideológica es, cuando menos, curioso. Sin embargo, esto se aclara cuando se constata
que Brasil es el socio comercial más importante de Bolivia, país al que en 2015
exportó por un valor de 1.600 millones de dólares, de los cuales el 95% es gas,
el recurso natural que mantiene a Morales en el poder. Dicho de otra manera, en
las manos del nuevo inquilino del palacio de Planalto, está la estabilidad en
el flujo de divisas a Bolivia, más aun cuando el contrato de venta de gas de
Bolivia a Brasil vence este 2019. Un cambio en los términos de la venta de gas
a Brasil puede ser fatal para la economía y, por supuesto para la
gobernabilidad de Morales y sus ambiciones reeleccionistas.
Con todo, la clave para entender esta súbita amabilidad
de Morales con Bolsonaro, radica en el miedo que tiene la diplomacia boliviana
de que el perfil anticomunista y antichavista del nuevo presidente de Brasil, termine por teñir o contaminar las relaciones
entre Bolivia y Brasil. Si bien entre ambos países hay varios temas donde se
pueden establecer acuerdos, como el asunto energético, ecológico o las drogas ilícitas,
el temor que tiene el gobierno boliviano es que esta agenda se supedite al objetivo de eliminar o debilitar a un
gobierno como el del Morales que, a todas luces, resulta siendo uno de los más importantes
respaldos que le queda al archienemigo de Bolsonaro, Nicolás Maduro.
Queda claro que el gobierno de Morales, en este
contexto, tiene poco margen de maniobra, no puede dar un giro ideológico hasta
el punto de negar su pasado, prueba de que no lo hará es la asistencia del
presidente boliviano a la investidura de Maduro y su militante defensa de su
legitimidad en el gobierno. Pero si bien no puede alejarse de su ideología, a cambio puede realizar algunas acciones que
ayuden a potenciar el capital político de Bolsonaro quien, pese a su amplio
triunfo electoral en segunda vuelta, tiene fuertes desafíos de gobernabilidad y necesita mostrar medidas que aplauda su base política y electoral.
En efecto, en
la mañana del 13 de enero, fue detenido en la ciudad de Santa Cruz, el ex terrorista
Italiano Cesare Battisti. Este individuo que, desde sus 23 años fue militante
de la extremista Proletarios Armados por el Comunismo, en 1979 fue acusado de
varios asesinatos y condenado por la justicia de su país. Desde ese momento, inició
un periplo de permanente fugitivo, pasando por Francia y México siendo, finalmente,
amparado por el gobierno de Ignacio Lula da Silva, que le dio status de refugiado primero y residente permanente después. Battisti,
conocedor de que el cambio de gobierno de Brasil ponía en riesgo su libertad y
de que su detención iba a ser un dorado trofeo para Bolsonaro, se trasladó a
Bolivia donde, suponía, su libertad estaba asegurada.
Nada de eso pasó, el gobierno Boliviano en una articulación
perfecta con las autoridades de Brasil, en cuestión de horas detuvo al súbdito
italiano, le negó su solitud de refugiado y lo despacho a Brasil, desde donde
lo llevaron a Italia a una cárcel de máxima seguridad. El gobierno socialista
del MAS dio un gran regalo a Bolsonaro que, de esta manera, pudo dar muestra
fehaciente a sus electores anticomunistas
de que cumple su promesa de desandar el camino de los gobiernos del Partido de
los Trabajadores, mandando a la cárcel a uno de sus amigos.
Por contrapartida, este gesto de Morales a Bolsonaro ha
generado tensión y turbulencia dentro del propio partido de gobierno. Inmediatamente
se alzaron voces críticas y contrarias a esta medida como quizá nunca antes había
pasado dentro del MAS. Un exministro de gobierno, un líder de las juventudes
del MAS, el hermano del vicepresidente y varios otros señalaron que se habían
violado los derechos humanos de Battisti, que lo que correspondía era un juicio
previo a la extradición. Uno de ellos indicó que se encontraba avergonzado del
MAS, mientras que otros pedían la renuncia del ministro de gobierno Carlos
Romero, a la vez que anunciaban un grave costo político para el gobierno.
En ese contexto, queda claro que la estrategia Boliviana
para acercarse a Brasil es la de ceder en aquellos aspectos no ideológicos, y
si más bien avanzar en gestos y acciones que ayuden a reforzar la popularidad
del presidente de Brasil y con ello granjearse su simpatía. Es razonable suponer que Bolivia
en este año tratará de tomar más en serio el asunto del narcotráfico y la delincuencia internacional, asuntos muy importantes para Brasil, donde Bolsonaro puede abonarse triunfos políticos
y el gobierno de Bolivia mantener la venta de gas a Brasil.