A luz de las noticias que tenemos de la universidad quizá estemos presenciando, de una manera trágica, el agotamiento de una forma de pensar la misma, el fracaso de un modelo que ha funcionado más o menos bien en las décadas pasadas, pero que ahora no puede resolver de manera efectiva y objetiva dos problemas: democracia universitaria y calidad académica.
En el primer caso, la democracia ha sido funcionalizada por grupos de poder y ha dejado de ser un mecanismo para la consulta de la población universitaria. Para graficarlo, basta señalar que en cada proceso eleccionario de autoridades y de centros estudiantiles, la universidad corre el serio riesgo de terminar destruida por el conjunto de presiones derivadas del establecimiento de mecanismos de captura de voto, más parecidos a unas elecciones que se realizaban en el siglo XIX (esa del cheque contra el cheque y el billete contra el billete de 1884), que las realizadas en el actual periodo democrático. Esto pasó en la Juan Misael Saracho de Tarija, que en 2015 estuvo con sus actividades paralizadas por más de dos meses, por disputas en torno a la elección del Rector; ocurrió también en la Gabriel René Moreno de Santa Cruz donde la polarización política, la violencia y las denuncias de irregularidades derivaron en la anulación de elecciones; y, como van las cosas, también puede pasar en la San Simón de Cochabamba, que ya tiene el antecedente de una suspención de actividades por asuntos derivados de la forma de selección del personal docente.
Foto, Javier Calvo
En este contexto, las tomas físicas de los predios universitarios, las denuncias de uno y otro lado, y hasta las agresiones físicas, se han convertido en moneda corriente, a tal punto que no sorprende el hecho de que una facultad amanezca bloqueada por determinado bando político.
El segundo aspecto tiene que ver con la calidad universitaria, en concreto con el posicionamiento internacional de las universidades de Bolivia (lamentablemente no tenemos un ranking boliviano) en el mapa de calidad de instituciones de educación superior. En todos los rankins de universidades, el lugar que ocupan las superiores casas de estudio de nuestro país es uno de los más bajos. Solo para señalar la que más revuelo ha causado, la denominada "webometric": en ella la UMSA ocupa el primer lugar entre todas las bolivianas, pero a nivel mundial está en el 3.025, lejos, bastante lejos, de las universidades que lideran estos rankins.
Empero, más allá de esta situación, estos datos están indicando que la actual universidad hace poca investigación; que sus docentes casi no escriben en revistas indexadas y que sus estudios, de los pocos que existen, no son citados por trabajos de investigación de otros centros académicos. En suma, las superiores casas de estudio no son referentes de la academia a nivel internacional.
Algo no está funcionando en la universidad: su actual modelo de democracia corre el riesgo de fagocitarse a la universidad dejándola sin capacidad de funcionamiento normal y su modelo académico no vincula enseñanza con investigación.
En contraste, estas instituciones, exhiben grandes avances en presencia de ella en las provincias, en prestaciones sociales y en equipamiento; también hay notables avances en la profesionalización de posgrado de los docentes y en número de egresados y titulados. Esa es la base, importante, pero no es suficiente, hace falta dar el gran paso hacia una nueva universidad.
Para lograrlo es necesario repensar en nuevas formas de plantear la democracia, una que amplíe la posibilidad de participación y reduzca la influencia de los grupos de poder; a su vez que sea una institución que dialogue con el conocimiento de otros centros superiores de estudio.
Dicen los textos de autoayuda, (de esos que escriben tipos como Paolo Coelho) que el primer paso para salir de un problema es reconocer que el problema existe. La universidad debe mirarse al espejo y actuar en consecuencia.