Lo que debe
quedar claro a propósito de la última movilización minera es que gobernar autoritariamente
no es lo mismo que construir Estado. El gobierno del MAS lo creyó a fe ciega a
partir de nacionalizar los hidrocarburos, limitar los poderes regionales y
suprimir a sus opositores. Empero, con lo
ocurrido a raíz del bloqueo de caminos de los mineros cooperativistas, se dio
de narices con la realidad: el estado no pudo durante tres largos días controlar
la carretera troncal del país, ni pudo impedir que tres cooperativistas
murieran victimas de arma letal, ni que el viceministro Rodolfo Illanes sea salvajemente
torturado y asesinado la tarde el jueves 25 de agosto. El estado que, según la definición de Max
Weber es el monopolio legítimo de la violencia, perdió su capacidad dejando el
país al borde del caos y la violencia.
Sin embargo,
esta no es una característica extraña en la configuración estatal en América Latina,
Guillermo O´Donnell acuñó la figura de “estado con huecos” para denotar que la
capacidad de estado no es uniforme a lo largo del territorio, que en muchos
espacios como ser zonas urbanas, espacios rurales o incluso empresas, el estado
no existe o tiene una capacidad muy limitada para imponer presencia y orden. La actual minería cooperativizada es un ejemplo casi perfecto de esta situación: en
estos lugares el estado suspendió su capacidad de controlar la contaminación y
destrucción del patrimonio histórico; no pudo aplicar la universalidad del pago
de impuestos ni logró que se respete los derechos de los trabajadores.
Con todo, esta situación es
el resultado de un proceso que empieza en 1984 con la puesta en marcha del
modelo neoliberal cuyo decreto 21060 cierra la Corporación Minera de Bolivia
(COMIBOL); que es profundizado por los gobiernos siguientes (MIR, MNR, AP) y
que, paradójicamente, continúa con el gobierno nacionalista de Evo Morales
desde 2006.
Por ello, la
capacidad de controlar una buena parte de la actividad minera se perdió de modo,
quizá irremediable, cuando se cerró la Comibol dejando las minas a merced de la
ambición cooperativista, quienes no dudaron en tomar el control de las maquinarias, bienes y parajes mineros de esta ex empresa estatal y pudieron resistir con
éxito todo intento de control del Estado. Aún más, en base a acciones claves en el
decurso de la política nacional entre
2000 y 2005 lograron ser vistos por el poder masista como constructores del denominado
proceso de cambio. Por ejemplo el vicepresidente Álvaro García Linera el 21 de
septiembre de 2006 (cuando los cooperativistas suspendían un bloqueo que había paralizado el transporte entre LP, Oruro, Cochabamba y
Potosí), dijo a nombre del gobierno que ratificaba “el pleno compromiso
y reconocimiento con el trabajo y la lucha de los cooperativistas mineros, por
su aporte económico, ideológico y organizativo en defensa de la patria y los
sectores sociales excluidos”.
En este contexto
de apoyo político de parte del MAS e impulsados por la subida de precios de los minerales,
los cooperativistas crecieron numérica y económicamente: según los datos del Ministerio
de minería el número de trabajadores que en 2006 era de 54.200 personas subió a
114.920 en 2013; de igual manera, las exportaciones de este sector que en 2009
llegaba a los 282 millones de dólares, en
2014 subió a los 542 millones de dólares. Un incremento que se debe
a los buenos precios internacionales pero
también a la reducción en los costos de producción por poco pago de impuestos y
de concesiones mineras; y por la no asunción de costos por daño al medio
ambiente.
De las acciones
del gobierno respecto de la movilización minera se puede ver que su objetivo
es retomar la autoridad gubernamental: ha reprimido duramente el bloqueo y ha sido
implacable con los dirigentes cooperativistas, enjuiciándolos y llevándolos a
la cárcel. Empero esto es algo que el estado lo hace en los espacios urbanos, donde
existe institucionalidad estatal, hace falta saber si efectivamente esa autoridad
la podrá llevar a los espacios de trabajo minero, a las minas, a los márgenes
de este estado boliviano, donde la explotación, el daño al patrimonio y el medio ambiente
siguen exhibiendo los huecos de un estado que, a pesar de los discursos, sigue
tan débil como antes.