Para un
boliviano acostumbrado a vivir en medio de una conflictividad que toma las
calles, que se escucha en los medios de comunicación y que, de una manera u otra,
termina por estructurar nuestra vida cotidiana, lo primero que llama la
atención del Ecuador no es la presencia de un liderazgo carismático como el de
Rafael Correa y su consabido “hiperpresidencialismo” sino la casi inexistencia
de la política en las calles, es decir la ausencia de marchas, interrupciones
de tráfico vehicular, bloqueos de caminos y la poca referencia a temas
políticos en los noticieros y en la conversación cotidiana.
Hoy, qué
duda cabe, Ecuador pasa por un momento político sin precedentes cuya mayor
singularidad consiste en tener un presidente, Rafael Correa, que ha logrado
combinar una discurso izquierdista con medidas económicas y sociales que
enrumban al Ecuador hacia una sociedad moderna. Es decir Correa, en un contexto
de bonanza petrolera, ha creado un discurso antiimperialista con fuertes
referencias a la dignidad y defensa de los pobres junto a importantes inversiones
en el campo de la educación y de la infraestructura caminera, que le granjea
los votos tanto de sectores “progres” como de una clase media ansiosa de estabilidad
y certidumbre. Correa se mueve en un amplio margen discursivo que tiene dos
ejes, dos ideas, que alcanzan niveles míticos en América Latina: revolución y
modernidad.
Solo de
esta manera se puede entender que el candidato de la izquierda Alberto Acosta
(aliado de Correa hasta la Asamblea Constituyente) haya bajado en su votación y
que los grandes opositores de derecha como el ex militar Lucio Gutiérrez, el
banquero Guillermo Lasso y el empresario Álvaro Noboa no logren ni la mitad de
la votación alcanzada por Correa que, con un histórico 57 % de los votos, es quien
ordena y valida los discursos políticos. Como
señala Felipe Burbano en el diario Hoy: “Ecuador
pasa por un momento hegemónico en la sociedad ecuatoriana, es decir, con la
presencia de un actor poderoso bajo cuyo control se encuentran todas las piezas
de la escena política” (12/2/2013)
¿Cómo
Correa logra posicionarse en este liderazgo? Al igual que Evo Morales en
Bolivia, Correa es el depositario de una ola expansiva democratizadora en Latinoamérica
que, absolutamente decepcionada por el rendimiento neoliberal en la economía y asqueada
de su sistema de partidos, juntó demandas de mayor equidad social con demandas
de ciudadanía de corte cultural e identitario (muchas de las cuales se plasmaron
en el texto de la asamblea constituyente de 2007).
Rafael Correa
al igual que Evo Morales, a partir de notables victorias electorales y de la
realización de una Asamblea Constituyente, debilitó fuertemente el sistema de
partidos, aplicó políticas de reconocimiento de la diferencias cultural y
étnica, puso al Estado como centro ordenador de la economía, con fuertes
medidas redistributivas del ingreso como el Bono de Desarrollo Humano (que
permite a más de dos millones de pobres recibir 50 dólares por mes)
y un gran aumento de inversiones en educación que, sin duda, fueron factores de
reducción del desempleo y la pobreza. Según datos del Banco Mundial, el PIB per
cápita de Ecuador desde 2006, fecha de la asunción de Correa a la presidencia
por primera vez, hasta 2012 ha subido en un orden de 49 %.
También
juega la historia larga. Ecuador es un país donde no hubo una reforma agraria
como la de 1953 en Bolivia, que implicó un cambio profundo de las élites en el
poder, fruto de una revolución civil. Los intentos de reforma agraria en
Ecuador, tanto en 1964 y de 1973 no dieron una redistribución significativa. Como
señala Lissa North,
“la clase terrateniente manejó las dos reformas agrarias de tal forma que las
convirtío en su opuesto: en contrareformas”. Es más, la elite ecuatoriana en el
poder nunca pudo despojarse de su forma familiar y endogámica de manejo
empresarial y político: gran
parte de los “establecimientos industriales eran imperios familiares ya
establecidos ya que de casi la mitad de las 1.080 compañías, registradas en la
superintendencia de Compañías en 1973, estaba en manos de un máximo de cinco
personas” (North, 1985: 431).
Por
tanto, de alguna manera, Rafael Correa se mueve dentro de este conjunto de
demandas surgidas tanto desde el corto plazo como desde el largo plazo
Sin
embargo, el reverso de la moneda es que esta cesión de derechos, es decir esta
mayor ciudadanía trae, paradójicamente, la desarticulación o fagocitamiento de
las organizaciones de la sociedad civil. Hoy una buena parte de las
organizaciones que habían enarbolado las banderas del cambio social, aquellas
que botaron a presidentes corruptos y cuyo capital organizativo provocó la
Asamblea Constituyente, o están en el gobierno o están divididas y desarticuladas,
en una pasividad alarmante.
Algo de esto también se puede ver en Bolivia.
Sin embargo, soy de la idea que, como producto de una mayor tradición sindical
y, de manera general, con una sociedad civil más politizada, esta intención de
desorganización de la sociedad civil no se ha cumplido, ciertamente pese a los
esfuerzos que hace el MAS en el poder.
De
todas maneras, hoy Ecuador vive un momento particularmente interesante, donde
el estado y en especial el poder ejecutivo, juega un papel central como
ordenador de la economía y de la política. Esto ha despertado la natural
suspicacia de analistas y opositores que vislumbran serios riesgos para la
democracia, sus instituciones y sus valores. No obstante, la mayoría de los
Ecuatorianos el pasado domingo 17 de febrero, le han expresado a Rafael Correa
a través de las urnas, que están dispuestos a correr ese riesgo.
Quito 23
de febrero de 2013
North Liisa L., (1985) "Políticas Económicas y Estructuras de
Poder", en Louis Lefeber, La Política Económica del Ecuador: Campo,
región, y nación. FLACSO y CERLAC con La Corporación Editora Nacional.