sábado, 18 de octubre de 2025

Edman y J.P., los dos caras de la misma moneda

 La democracia es un mecanismo para reemplazar gobiernos, especialmente los deficientes, pero no para seleccionar a los ciudadanos más capacitados. Si ese fuera el objetivo, bastaría con organizar un concurso de méritos para designar a los "virtuosos" en el poder, pero el sistema democrático opera bajo otras premisas. En las democracias modernas, todos tenemos la posibilidad de elegir, pero también de ser elegidos, con la única limitación de la edad.

A raíz del reciente debate, se han incrementado las críticas hacia los candidatos vicepresidenciales Edman Lara y Juan Pablo Velasco. Desde diversas perspectivas, de izquierda a derecha, se les ha calificado como mediocres, ignorantes, neófitos y repetidores de guion, entre otros adjetivos. Aunque se coincide parcialmente con estas opiniones, parece más productivo analizar los factores que permiten este fenómeno, en lugar de insistir en la crítica a los individuos.



Esta situación se explica por tres factores principales. En primer lugar, la debilidad de los partidos políticos. Si estos funcionaran como verdaderos semilleros para la formación de líderes, la historia sería distinta. Idealmente, los partidos operan como escuelas de cuadros, donde se preparan los futuros políticos. Aunque a veces surgen individuos corruptos o demagogos, esta posibilidad es menor cuando existen formaciones sólidas, como el MNR o el POR en 1952, o el MIR en 1979. Probablemente, el debate habría sido diferente si, en lugar de usar Twitter, Juan Pablo Velasco hubiera leído a Gabriel René Moreno o a Alcides Arguedas. De igual modo, la situación sería diferente si Edman Lara, en vez de crear contenido para TikTok, hubiera dedicado tiempo a los ensayos de Carlos Medinaceli o a la poesía de René Zavaleta.
El segundo aspecto es la cultura política actual. Hoy, una gran parte de la ciudadanía apoya la renovación de candidatos en cada elección, rechazando a quienes ya han ocupado un cargo. Esta actitud lleva a que, cuando un diputado o senador busca la reelección, sea inmediatamente atacado en redes sociales. Si bien un cierto grado de renovación es necesario en cualquier ámbito, convertirla en un fin en sí mismo es un error. La política, como cualquier oficio, requiere acumulación de experiencia. Candidatos como Lara o Velasco no surgen de la nada; se postulan, a pesar de su falta de preparación, porque existe una percepción generalizada que los legitima, asumiendo que la novedad es sinónimo de aptitud para cualquier cargo, incluso la vicepresidencia.
El tercer factor es el notable desinterés por la militancia política. Abundan las críticas hacia Lara y Velasco, pero ¿cuántos de los profesionales "bienpensantes", supuestos adalides de la razón y la lógica, se atreven a participar activamente en política?. Es fácil criticar desde la comodidad de una tribuna a quienes carecen de iniciativa o talento.
Max Weber definió la política como una profesión más, una actividad humana de la que algunos viven. Mientras unos son profesores o veterinarios, otros se dedican a la política, un oficio a veces ingrato, pero indispensable para la vida en sociedad. Pensar que el oficio político es exclusivo de profesionales de clase media y gran cultura es un error que debilita la democracia, pues legitima a demagogos que, una vez en el poder, la destruyen.