¿Son
necesarias las primarias? ¿El país se puede dar el lujo de gastar 26,9 millones de
bolivianos solo para ratificar a los binomios propuestos por cada partido? ¿Qué
gana la democracia cuando ningún partido ha presentado más de un postulante? Las respuestas a todas esta preguntas es que
las primarias son innecesarias, por onerosas
e inútiles.
Sin
embargo las cosas son un poco más complicadas, en primer lugar porque la mayoría del MAS en
el poder legislativo no impulsó la nueva ley de partidos y las primarias para generar proceso de democracia
interna en los partidos, sino para apresurar los tiempos políticos e impedir la
conformación de alianzas, de liderazgos y de programas en la oposición. El
partido de gobierno, así como lo hizo con la Constitución, con la elección de magistrados
y con el reglamento de autonomías, no impulsa las leyes para generar institucionalidad
sino para tener un instrumento que lo fortalezca en el poder que, ademas, cree perpetuo.
Esto
se puede ver a través de lo que hizo y dijo el MAS en torno a las primarias: en
primer lugar si la intención de democratización interna era verdadera, este
partido, coherente con sus enunciados, tendría que haber presentado para las
primarias por lo menos dos candidaturas y no repetir el añejo binomio que se
postula desde al año 2005; por otra parte, si la intención hubiera sido sana,
el vicepresidente no hubiera declarado, orgulloso, que las primarias le sirvió al
MAS para tener más tiempo en su afán de desgastar la imagen del candidato opositor Carlos Mesa. Por tanto no se trata de
un tema meramente económico, ni legal: las primarias, sobra decirlo, son una de
las estrategias de poder del MAS.
Aún
más. ¿Qué pasaría si al Tribunal Supremo Electoral le diera un ataque de racionalidad
y decidiera suspender las primarias? Sencillamente que la habilitación de Morales
y García volverían a caer en punto muerto, lo que naturalmente daría aire a la oposición
para estructurar nuevamente alianzas y esquema opositores. Esta posibilidad no
le conviene al MAS porque espera que el tema del 21 F, que tanto descalabro causa
a su deteriorada imagen, se pierda en el torbellino del proceso electoral y, al
fin, pueda colocar en agenda los temas
que cree lo conecta con el votante: estabilidad económica y redistribución de
ingresos.
El
MAS ya no puede volver, sin problemas, a sus antiguos nudos discursivos de profundización
y ampliación de la democracia; no después no haber avanzado un ápice en la
construcción de institucionalidad alrededor de la nueva Constitución del estado
plurinacional; no después de haber convertido los recursos estatales en fuente
de corrupción y autobombo; y no después de haber llevado al límite su influencia
sobre el poder judicial y electoral.
De
esta manera, en enero de 2019, asistiremos al proceso electoral más aburrido de nuestra
historia republicana y plurinacional, solo comparables a los que ponían en
escena los partidos liberal y conservador en el siglo XIX, en las que pequeños
grupos de militantes se disputaban el
voto en unas elecciones en las que nadie creía salvo los caudillos.
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