En los últimos días Carlos Mesa ha
sido noticia por haber anunciado que puede ser candidato a la presidencia del Estado en las elecciones de 2019. Lo
llamativo es que, según Mesa, esta decisión vendría dada por la presión
política que ejerce Evo Morales y el MAS, quienes en su afán de sacarlo del
campo político, activan juicios donde lo acusan de resoluciones contrarias a la
ley, en el caso de la expulsión del país de la empresa Quiborax, como de
corrupción en la construcción de la carretera entre Roboré y El Cármen. Mesa,
con su velado anuncio de que puede ser candidato, se asume como el personaje
que, con su sola decisión, puede ahogar la fiesta de los azules impidiendo que Morales
se haga de nuevo con la presidencia.
El problema con esta postura no es que
Mesa sea capaz o no de vencer a Morales, (personalmente creo que puede hacerlo),
sino refleja aquello que el mismo Mesa denuesta y rechaza: la
personalización de la política. Mesa no habla desde una postura ideológica,
desde un proyecto de país, ni siquiera desde una agrupación ciudadana o partido
político, lo hace desde sí mismo, desde su soledad, convencido de que su sola decisión, provocará un cambio
en la configuración de fuerzas del país. En cierto sentido Mesa es el espejo de
Evo quien, como se sabe, ha hecho del decisionismo político, su marca de
fábrica.
El dato central es que Mesa no podrá cambiar este perfil aun cuando decida ser candidato. Faltan escasos meses para el verificativo electoral y Mesa no ha hecho el más mínimo esfuerzo por tratar de estructurar un movimiento político, es decir elaboración de programa y proyecto, esquema de alianzas con organizaciones sociales y formación de líderes y candidatos, porque al final todo gira en torno a él. Esta debilidad lo obligaría a sumarse a alguna fuerza política existente, lo que le daría escaso margen de maniobra para poder armar un equipo de seguidores o “mesistas” que puedan ser potables a la población tanto como ser leales él. El candidato Carlos Mesa, una vez decida salir de su soledad, tendrá que aceptar como compañía a viejos políticos, con el costo inevitable de caer en la imagen paradójica de ser candidato del cambio pero no de la renovación.
En segundo lugar, de seguir así, Mesa
no tendrá propuesta de largo plazo para el país. Probablemente su plan de gobierno repita la
agenda del contrapoder ciudadano que pide respeto por la institucionalidad,
lucha contra la corrupción y la pobreza; demandas centrales pero que, por sí
solas, no conforman un proyecto político alternativo al que nos gobierna. Hoy
el país necesita propuestas en temas como repartición territorial del poder, autonomías
y descentralización, interculturalidad, pobreza, desarrollo interregional, diversificación
productiva, respeto de la naturaleza, inequidad de género, etc.
y eso es lo que Mesa ni nadie se atreve a decir nada.
En todo caso, las propuestas del
contrapoder ciudadano, aunque mínimas pueden servir para movilizar al electorado
y conseguir adherencias políticas en las elecciones de 2019, lo que podría llevar
a Mesa a ser un candidato ganador, empero eso será problemático ya en el poder.
Podría pasar con Mesa lo que con Lenin Moreno en Ecuador, quien en su primer
año de gestión procedió con cierto éxito a desestructurar el aparato de poder
de Correa, pero que no sabe qué hacer ni como armar un nuevo proyecto de país.
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