Las investigaciones que se realizaron sobre la Asamblea
Constituyente desde la ciencia política para la región chuquisaqueña se
centraron sobre todo en el conflicto de la capitalía y sus connotaciones
racistas, como es el caso del libro Racismo
y regionalismo en el proceso constituyente, de Martín Torrico (2008); el texto Democracia, poder y cambio político en Bolivia, de Luis Tapia et al. (2009) y también Jóvenes
en el laberinto de la polarización, de Yuri Tórrez (2010). Por su interés,
a continuación reseñamos estos estudios.
El trabajo de Torrico es interesante por ser pionero en un tipo de
interpretación que es más o menos repetida en otros análisis. El texto empieza
indicando la importancia de los mitos en las sociedades modernas, que sirven
“para instalar en el presente valores que deben ser respetados por la sociedad”
(Torrico: 49). Citando a Wieviorka habla del llamado “mito fundador del
racismo”, que para el caso de Sucre –afirma– es la Guerra Federal que enfrentó
a los liberales paceños con los conservadores sucrenses en 1899, donde jóvenes
chuquisaqueños fueron diezmados en Ayo Ayo por las huestes indígenas aymaras
comandadas por Zárate Willka, memoria que los sucrenses mantendrían viva a
través de tres narrativas y acciones:
1.
Los estudiantes universitarios presentan una ofrenda
floral cada 24 de enero en el mausoleo del Cementerio de Sucre.
2.
Los niños guías del cementerio –muchos de ellos quechuas
y pobres, dicho sea de paso– recitan versos que recuerdan a los muertos
sucrenses de la Guerra Federal[1].
3.
Una ordenanza municipal del año 2004 que dispone
homenajear cada 24 de mayo a los caídos en la batalla de Ayo Ayo, donde se hace alusión a la “Columna Trunca” para
Torrico genera racismo en tanto, actualizada, identifica a los “malos
bolivianos como los que han dañado la patria y éstos no son otros que los
indígenas” (Ibídem: 59).
En suma, a partir de la recurrencia de una ofrenda floral, de unos
niños recitadores y de una ordenanza municipal, los habitantes de Sucre –nótese
no sólo su sector más rico y conservador– se hacen racistas y tienen en los
jóvenes universitarios su ala más aguerrida y militante. Según Torrico, este racismo,
preexistente en la mentalidad de los sucrenses, encuentra en la demanda por la
Capitalía plena el pretexto para reactualizarse una y otra vez, a tal punto que,
según este autor, los estudiantes universitarios se “figuraron como
reencarnación de los masacrados de 1899 y vieron a los campesinos como sus
verdugos” (Ibídem: 61).
En el texto de Luis Tapia, Democracia,
poder y cambio político en Bolivia, si bien el objetivo es más bien el
análisis del llamado “proceso de cambio”, en las últimas páginas estudia tres
coyunturas regionales donde se presentaron conflictos como producto de la
ampliación de la democracia. Uno de ellos es la demanda sucrense del retorno de
los tres poderes del Estado. Tapia coincide con la visión de Torrico, en que la
intolerancia fue causada por la rememoración de la Guerra Federal que
(re)generó algunos mitos, entre ellos la dicotómica “indígenas salvajes y
estudiantes masacrados”, en los que luego “el imaginario chuquisaqueño, y
sucrense en particular, se apoyaron para construir un discurso de
autovictimización y de temor” (Tapia, 2009: 151) que va junto con la
utilización de la palabra democracia para cometer los actos más
antidemocráticos, dice Tapia: “La democracia y la defensa procedimental de la
misma, asumida por el autodenominado Comité Interinstitucional y las fuerzas
que lo componían sirvieron para cometer los actos más adversos y realizar
evidentes prácticas racistas” (Ibídem:
152). Por tanto, la recurrencia a imágenes del pasado, junto a un uso funcional
e interesado de la democracia es el contexto de la demanda de la capitalía en
Sucre.
En el libro Jóvenes en los
laberintos de la polarización, de Yuri Tórrez, se realiza un estudio
focalizado en los jóvenes de Sucre en relación a la demanda de capitalía. Su
capítulo “Sucre: racismo en la Culta Charcas” no puede ser menos inequívoco.
Los autores intentan explicar las razones de la actuación violenta de los
grupos juveniles y de hacer visible el sustrato emocional que los empuja a las
calles a generar agresión y violencia.
El autor sostiene que, en un contexto signado por la polarización
política, con la demanda de capitalía plena se recupera el viejo encono de la
Guerra Federal, que genera en el “imaginario de la sociedad sucrense una
distinción de clases, castas, poderes, dones e inclusive de razas” (Tórrez,
2010: 132-135). Concretamente, se actualiza uno de los hechos más luctuosos de
la Guerra Federal como es la batalla de Ayo Ayo, donde perdieron la vida
jóvenes de la élite sucrense. El Comité Interinstitucional utiliza en su
demanda de capitalía plena reforzando “de una manera decisiva el sentimiento
segregacionista de los sucrenses (o de su élite) hacia los sectores aymaras,
haciéndose, el mismo visible esencialmente con el arribo del indígena Evo
Morales a la Presidencia de la República de Bolivia. Por lo visto, los
acontecimientos que se producen en el curso de la Guerra Federal, (de)muestran,
la evolución de las tensiones que históricamente marcan y (re)activan los
sentimientos de odio hacia el ‘enemigo indígena’” (Ibídem: 137). Por eso es que el autor insiste:
El
racismo desencadenado en el mes de noviembre de 2007 al recuperar y rememorar
la historia de Ayo Ayo construye inmediatamente en la mentalidad de los sucrenses y de los jóvenes en
particular, recursos y dispositivos violentos para descalificar y apañar al
otro como enemigo, es decir, al indígena aymara (Ibídem: 138. El resaltado es nuestro).
Dicho en otras palabras, el movimiento por la capitalía
(re)utiliza un sentimiento racista ya preexistente en toda la sociedad sucrense (se supone que tanto en sus capas más
aristocráticas como populares, tanto en un migrante como en una persona que
vive en el centro de la ciudad, tanto en un banquero como en un albañil), para
generar violencia contra los indígenas presentes en la Asamblea Constituyente,
tanto es así que los autores sostienen que con “dicha demanda (de capitalía
plena) se remueve en la memoria histórica de la sociedad sucrense, el referente
aristocrático que domina el imaginario capitalino, una quimera asentada en la
idea de que por las venas de los sucrenses corre sangre azul” (Ibídem: 143).
Al respecto, surgen algunas preguntas: ¿si la ciudad es racista,
cómo es que en las elecciones presidenciales de 2005 como en la de constituyentes
gana el MAS con Evo Morales de manera contundente? Si el racismo es el aspecto
que moviliza a los sucrenses bajo el “mito fundante” de la batalla de Ayo Ayo,
¿cómo se puede explicar que esto también se presente en las capas migrantes y
populares de la ciudad, cuyos referentes identitarios no están anclados en
referencia a este hecho histórico que desconocen y no tienen, ni de lejos, la
idea de que por sus venas corre sangre azul? ¿Cómo se explica que en el
transcurso del conflicto una de sus asambleístas, Savina Cuéllar (migrante y
chola), haya renunciado al MAS para apoyar al Comité Interinstitucional? ¿Es
posible que el factor de activar cierta memoria colectiva, como es el “mito
fundante” de Ayo Ayo, sea suficiente para comprender el conflicto por la
capitalía? Finalmente, ¿es posible decir que todos los que participaron en las
movilizaciones eran racistas?
Son preguntas hasta ahora sin respuesta, ya que en nuestro
criterio los análisis reseñados no
buscan comprender el fenómeno, sino demostrar los determinantes sociales e
históricos de una sociedad que, de antemano, se califica de racista.
Uno de los aspectos que llama la atención en los textos
mencionados es la irrelevancia que le dan a las acciones y discursos de dos de
los actores estratégicos importantísimos en el conflicto: la directiva de la
Asamblea Constituyente y el gobierno, que sin duda afectaron de manera notable
el decurso del conflicto, ya con la indiferencia, con la denostación o con el
ataque político no hicieron otra cosa que darle legitimidad y respaldo a las
acciones violentas de los cívicos y legitimar sus acciones y demandas. Si bien
no se puede desconocer las manifestaciones racistas del conflicto, tampoco se
puede afirmar que esa sea la única causa para los niveles de violencia y
protesta que alcanzó el movimiento social.
En suma afirmamos que el conflicto generado por la demanda de
Capitalía Plena es mucho más complejo en sus determinaciones regionalistas,
identitarias y de actores estratégicos, para reducirlo simplemente a
motivaciones racistas, como suelen suponer los análisis reseñados.
BIBLIOGRAFÍA
Tapia, Luis
2007
“Democracia, poder y cambio político en Bolivia”.
En: Poder y cambio en Bolivia, La
Paz: PIEB.
Tórrez, Yuri (et
al.)
2003 Los jóvenes en democracia. La cultura política de la juventud
cochabambina, La Paz: PIEB.
Torrico, Martín
2008 Racismo y
regionalismo en el proceso constituyente. La Paz: Defensor del Pueblo y Universidad
de la Cordillera.
[1] Es interesante ver cómo para Torrico, los niños inoculan
racismo en sus oyentes: “Las personas que los escuchan no pueden más que
sentirse imbuidas por el respeto que impone el sitio fúnebre y por la condición
infantil de los recitantes. Además como los auditores suelen encontrarse en un
estado emocional intenso, pues visitan las tumbas de familiares y amigos, la
narración y el monumento contribuyen a que construyan íntimamente un vínculo
entre su tema familiar privado con el tema patriótico y público” (2008: 52).