El pasado viernes 17 de
mayo Luis Almagro Lemes copaba los
principales titulares de los periódicos digitales bolivianos. El secretario
general de la OEA, contra todo pronóstico y desapegado completamente de su
perfil antichavista, dio un explícito
apoyo a la cuarta repostulación presidencial de Evo Morales afirmando que
impedirlo sería discriminatorio.
Esto, naturalmente,
despertó la crítica de la oposición, puesto que echaba por tierra, quizá la última posibilidad que le queda para
impedir la participación de Evo en las presidenciales de este año. De hecho,
los sectores contrarios al gobierno, confían que organizaciones como la Corte
Interamericana de Derechos Humanos,
observen una sentencia constitucional de noviembre de 2017 que habilitó a Morales para una nueva repostulación,
arguyendo una aplicación preferente de los derechos humanos de Morales sobre la
constitución política del estado plurinacional de Bolivia
Empero, la postura de Almagro
no es una rareza, una acción fuera de tono de un político desesperado por reelegirse
como Secretario General de la OEA; en
realidad Almagro es síntoma de una corriente política internacional más amplia que
no critica a Morales y sus derivas autoritarias,
sino que alaba sus logros en crecimiento y equidad; que no mira en Morales a un
presidente que manipula instituciones a su favor y desconoce un referendo
popular, sino que admira y respalda sus informes económicos y sociales.
El hecho de que Morales
en el lapso de una década haya logrado reducir la tasa de pobreza de un
38,2% a un 15,2% y mantenido los índices de crecimiento del
producto interno bruto real en un promedio de 4,9 % son datos que, sin duda,
generan admiración internacional, más aún, cuando en décadas anteriores,
Bolivia, por su pobreza e ingobernabilidad, era catalogada como un estado
fallido.
De manera directa o
indirecta, varios representantes de la comunidad internacional han manifestado
su respaldo al gobierno de Morales y no es desatinado suponer que, muchos de
ellos, ven con beneplácito la sorprendente postura favorable a Evo del actual
secretario general de la OEA, Luis Almagro. Frank Pompeo, Secretario de estado
de la administración Trump, en su visita por América Latina en abril pasado no
incluyó a Bolivia en el grupo de países con regímenes autoritarios como lo hizo
con Venezuela, Nicaragua o Cuba. Por su
parte, el embajador de la Unión Europea en
Bolivia, León de la Torre Krais, declaró confiar que las próximas elecciones presidenciales
previstas para octubre movilicen a la población y eso signifique un paso a la
consolidación de la democracia boliviana, sin hacer una sola mención al hecho
de que la participación de Evo en estas elecciones significa el desconocimiento
de un referendo popular. Así mismo, Pedro Sánchez, presidente del gobierno de
España, en su última visita a Bolivia, no dijo nada sobre la situación de la
democracia en Bolivia, limitándose a firmar, entre otros, un convenio referido
a un proyecto de tren bioceánico, que enlazará las costas del Pacifico, en
territorio peruano, y el Atlántico, en Brasil.
Si
alguien pensó que los encendidos discursos antiimperialistas de Evo, junto a su
proclamada defensa de Nicolás Maduro terminó por aislarlo internacionalmente,
está equivocado. De vencer Morales en las elecciones de octubre gozará del
apoyo de todos los gobiernos, incluidos naturalmente, de las potencias
sudamericanas como Brasil y Argentina (dos países del giro a la derecha) que,
dicho sea de paso, tampoco realizan acciones efectivas para detener o censurar
la anómala repostulación de Morales.
Empero ¿Cuáles son los
límites? ¿Hasta qué punto la comunidad internacional continuará apoyando a Evo?
no se sabe. Lo cierto es que ella suele prender todas las alarmas cuando el
daño a la democracia ya está hecho, cuando estos regímenes, presidencialistas y
centralistas, necesitados de sostenerse en el poder rompen del todo con la
legalidad y las instituciones y arremeten contra los derechos humanos de la
gente; cuando, huérfanos de apoyo internacional, buscan el respaldo del regímenes
abiertamente autoritarios y contrarios a los intereses europeos o
norteamericanos como China o Rusia.
Rota la posibilidad de
que la comunidad internacional levante mecanismos diplomáticos para impedir la
repostulación de Morales, todo indica que serán las urnas las que, finalmente, dirán
si Bolivia da un giro político cambiando al partido en el poder o, por el
contrario, reelegirán a un presidente que viene gobernando Bolivia desde 2006.
Se espera que la comunidad
internacional torne su mirada al proceso electoral de este año y ponga atención
a sospechas de imparcialidad del Tribunal supremo electoral (TSE), por muchos
hechos anómalos, entre ellos, que varios de sus vocales hayan renunciado a su
cargo denunciado presiones externas y que el TSE haya aceptado la postulación
de Morales, desconociendo el referendo de 21 de febrero de 2016, que el propio TSE se encargó de administrar y
dar por válido.