Últimamente
una tormenta de críticas se ha abatido sobre el nuevo palacio de gobierno
(denominado la Casa grande del Pueblo) ubicado en la plaza Murillo de la ciudad
de La Paz: engendro, grotesco, feo, desubicado, son solo algunos de los
adjetivos que se han proferido en contra de este edificio, reflejando con ello
que la batalla política no solo se libra en las calles ni en el Asamblea
Legislativa sino en el mundo de la estética. Este es un dato interesante puesto
que, por primera vez, las construcciones de Morales son juzgadas desde esa
perspectiva; en general ellas han sido criticadas por su carencia de licitación,
por su mala ejecución, por su falta de factibilidad o por sus indicios de
corrupción, pero nunca por ser feas. Ni siquiera el museo del Presidente ha sido criticado
desde la estética, sino porque su erección se hizo en medio de la pobreza del
pueblo natal de Morales o porque alimenta el ego de Evo. Por eso, la Casa grande del
pueblo, es un interesante tema de reflexión, porque expresa algo poco analizado
en torno al proceso de cambio: la politización de la estética.
El
tema estético no es un tema banal ni menor; con Pierre Bourdieu sabemos que la
estética que el Estado sanciona como legítima es el resultado de una lucha
política y de una imposición que corona y expresa la dominación, que aquello
que el estado considera válido, reproducible, expresión de lo bello, es el
resultado de una forma de ver el mundo que se ha impuesto sobre otras posibles.
Como señala de Souza Santos, lo que señala el Estado como bello, bonito,
elegante, digno de mostrarse al público se constituyen en únicos criterios de
verdad o de cualidad estética ante los cuales las otras estéticas posibles solo
son anacrónicas y feas. (de Souza 2010).
La
propia historia de la república de Bolivia es una muestra clara del
ocultamiento o negación de una estética indígena. En 1925 un álbum de Centenario
no contenía fotos de indígenas sino solo cuando se trataba de mostrar el pasado
de Bolivia (Cristelli 2004); en 1909 un álbum de Centenario del primer grito
libertario de Sucre, inauguraba luces en la torre Eiffel y el Arco del triunfo y sus impulsores ratificaban que la independencia
de España era política pero no de sangre. En 1952 se había mostrado la música y
el folklor boliviano como una muestra de cómo la cultura oficial era capaz de
incluir a la estética indígena, pero negándole
toda validez en sí misma.
La
estética sancionada por el Estado tiene mucho que ver con la noción de lugar. El
estado establece varios espacios físicos donde emplaza edificios, monumentos y
lugares de recreación que son mostrados como íconos de la identidad estatal y
nacional. Son lugares donde a la nación,
más allá de su contenido imaginario, se la puede ver y tocar, donde uno puede
recrear las epopeyas o acontecimientos que la historia oficial ha considerado
como memorables. Aunque, en general, son una suerte de reliquias, de objetos
del pasado, no por ello no dejan de ser actuales, en tanto ratifican una
identidad nacional y por tanto se reactualizan permanentemente. Su carga simbólica
acumulada durante décadas es lo que le da esa característica.
Uno
de esos lugares es sin duda la Plaza Murillo de la ciudad de La Paz, cuyo
nombre evoca la vida pasión y muerte de Pedro Domingo Murillo, un ícono de la
nación boliviana en tanto su gesta, y su trágico final permite el nacimiento de
la nación boliviana. También es el lugar donde desde 1899 se han dado las
luchas políticas definiendo las líneas maestras del Estado boliviano; la Plaza
Murillo es el centro político nacional, el espacio desde el cual el Estado se
expande hacia los demás territorios, el lugar de inicio de su proceso de
dominación territorial. En otras palabras donde lo bello, se ensambla con el
poder, con el Estado y la nación.
Por
ello, no es casual que Evo Morales haya escogido, precisamente, la plaza Murillo
para desplegar su transgresión al poder simbólico del estado republicano
erigiendo en este lugar la Casa grande del pueblo. No podía ser de otra manera,
ya que lo que se busca es justamente dañar el corazón mismo de la simbología
estatal republicana. Se ha construido un edificio de 36 millones de dólares, con
28 pisos, en un área de 1800 metros cuadrados, provocando que el palacio de
gobierno conocido como Palacio quemado, -cuya construcción fue inspirada en el
neoclasicismo y academicismo francés (Alejo 2018)- quede chico ante su
imponente presencia, como en proceso de deterioro y obsolescencia. Cuando Morales
construye su propio palacio, lo que hace es transgredir la estética sancionada
como válida por el estado republicano, puesto que la desafía en el lugar con mayor densidad simbólica como
es la Plaza Murillo. Por ello, las críticas al edificio han sido dadas en torno
a lo estético, porque lo que para muchos el edificio es una suerte de mancha en
un libro de historia nacional, la muestra de que el poder masista no guarda
respeto por los íconos nacionales.
Estética
disfuncional, pero carente de continuidad
Ahora
cabe reflexionar si efectivamente el nuevo edificio es el punto de partida de
una nueva estética estatal alternativa a la existente, si a partir de la Casa
grande del pueblo se construye una nueva narrativa estatal plurinacional. Este
tema es central porque a todo lo largo del proceso previo a la llegada de
Morales el poder, se ha hablado, desde espacios afines al proceso de cambio, de
la necesidad de superar el mestizaje como identidad nacional, de la urgencia de
pasar a una lógica que valore lo indígena.
Empero,
más allá de estas intenciones creo que el gobierno no ha avanzado sobre la erección
de una estética indígena. Más allá de poner en tensión la legitimidad del discurso
estético y cultural del Estado republicano, con edificios o con relojes al
revés, no hay una nueva estética sino una que se suma inevitablemente a la
cultura mestiza (Torrez y Arce 2014). Evo desde el poder ha tratado de cambiar
la estética, empero no ha sido capaz de avanzar en la aparición de una
alternativa a la del denostado pasado sino que se ha adscrito
a la estética mestiza dominante que en muchos casos oculta o minimiza la estética
de raíces indígenas que se hacen en las comunidades indígenas o en los sectores
migrantes que hacen música chicha.
¿Cuáles
son los factores detrás de este fracaso en la descolonización estatal?. En
primer lugar para erigir una nueva estética plurinacional hace falta una visión
de largo plazo, puesto que tienen que poner en acción dispositivos que para ser
efectivos tienen que desplegarse en un tiempo siempre mayor al de una gestión
estatal. Morales, pese al gran respaldo que ha tenido siempre ha actuado,
paradójicamente, como si su estancia el poder solo fuera a durar 4 años. Con la
estética del estado plurinacional pasó lo mismo que con otras áreas del estado
como la economía y la política: el gobierno del MAS en vez de desarrollar
políticas de industrialización y de diversificación productiva se ha limitado a
establecer costosas empresas pero desarticuladas de una visión productiva; a
cambio de profundizar en la democracia intercultural se ha limitado al repartir
del poder y el dinero entre las organizaciones sindicales afines a su partido y
en vez tratar de erigir una nueva estética basada en lo indígena, se ha
limitado a construir palacios de gobierno sin que ella este enmarcada en una
política de largo plazo.