Alguien
debería hacer un tributo al fotógrafo de Che Guevara, no solo por que
inmortalizó al guerrillero en varias tomas que luego adornaron poleras, vasos,
llaveros y una diversidad de souvenires sino
porque, en realidad, fue un instrumento para el objetivo de vida del Che que era estar en la
posteridad, convertido en héroe, en mártir, en santo.
Varias
evidencias señalan que al Che le interesaba más la fama que el poder: uno de
sus biógrafos afirma que una vez que hubo triunfado la revolución el Che empezó
a ser incómodo para los afanes políticos de
Fidel. Por ello, Castro en vez de manipular la Constitución o quejarse
ante los organismos de Derechos Humanos optó por algo más seguro, mandó al
carismático comandante Ernesto Guevara a que se inmole en el monte boliviano. En
el fondo ambos ganaron: el Che logró que su vida, pasión y muerte fuera motivo
de devoción y Fidel, ya libre de competidor político y sin un crítico a su
cercanía a Moscú, se entornilló en la silla del poder hasta que la muerte lo sorprendió
en un cómodo hospital de La Habana. El Che murió joven, a los 39 años, en cambio
Fidel murió anciano, a los 90 años, en pleno goce de las mieles del poder.
El
comandante Guevara era un invasor, qué duda cabe. Su pequeño ejército extranjero
ingreso a Bolivia violando su soberanía. Lo curioso es que los militares
bolivianos, los encargados de defender el suelo patrio, no eran peores. Apenas
instalado el Che en Vallegrande y descubiertos sus planes conspirativos, pidieron el apoyo de los marines norteamericanos
para solucionar el asunto. En esa medida, Bolivia fue un pequeño escenario
donde se libró una más de las batallas de la Guerra fría que oponían a soviéticos
contra norteamericanos, a comunistas contra capitalistas. Como siempre, la suerte
de Bolivia se decidía fuera de sus fronteras, pero las batallas se libraban en
su territorio.
Los
resultados posteriores confirmaron que el Che tenía poca capacidad militar y
peor tino político. La derrota de la Guerrilla fue en realidad breve, sin
sobresaltos, no generó grandes adhesiones de campesinos ni mineros. El gobierno
de René Barrientos permaneció en el poder y quizá hubiera seguido de no mediar
una falla mecánica de su helicóptero que
lo convirtió en cenizas antes de su muerte.
Por su parte, los regímenes militares gozaron de buena salud más de una década después.
Con
todo, sería ingenuo no reconocer el legado del Che Guevara. Insisto que este no
es político sino religioso. Guevara no murió como militar ni como político, murió como un mártir y eso ocasionó que la izquierda atea se hiciera devota.
La muerte del Che, su entrega, la última carta a su familia, lo hizo un verdadero
ícono contra el capitalismo, un ejemplo de renuncia a los bienes materiales y
al poder; de lealtad a los ideales. Jhon Lee Anderson, su biógrafo más
autorizado, afirma que el Che es un Cristo moderno. Tiene razón, después del
Che la izquierda boliviana tiene a quien rezar.