miércoles, 30 de septiembre de 2015

ENSEÑANZA DEL PASADO REFERENDO: LAS AUTONOMÍAS TIENEN QUIEN LAS ESCRIBA, PERO NO QUIEN LAS DEFIENDA


Franz Flores Castro

Ciertamente que los análisis sobre los resultados en el pasado referéndum autonómico, donde ganó el No, se parece a una discusión entre adivinos. Muchos analistas tratan de vislumbrar lo que ocurrirá en el referéndum sobre la reelección de Morales del próximo año, a partir de lo ocurrido el pasado 20 de octubre. Estas posturas, equivocadamente, comparan dos eventos de naturaleza distinta y olvidan que el elector contemporáneo vota como ciudadano y no como militante. Más allá de estas interpretaciones propongo mirar los resultados a partir de dos ejes analíticos: la política territorial y el rol de las elites.

Uno de los elementos básicos de todo proceso descentralizador o autonómico es que apunta a un cambio en la distribución territorial del poder. La idea es que el poder estatal no está igualmente distribuido en todas las regiones, que unas tienen mayor capacidad política que otras y de que la autonomía es una vía para cambiar esta situación a favor del nivel subnacional. La autonomía plantea una contradicción entre el poder ejecutivo que trata de concentrar todos los hilos del poder y unas regiones que buscan disminuir este poder potenciando el de su propia región. Con la autonomía diríamos que se juega lo que en términos convencionales conocemos como el “peso político” del departamento.

Lógicamente que este es un proceso muy complicado porque el centro rara vez quiere ver disminuido su poder territorial. De hecho, cada vez que se ha planteado procesos de descentralización, el centro siempre ha tratado de evitar esta propuesta, en general, blandiendo el argumento que ello atenta contra la unidad de la nación, que la divide, que la separa. Eso es lo que argumentaron los liberales en la convención de 1901, el MNR en la convención constituyente de 1938 y el MAS en 2008.
Por otra parte, para que exista una necesidad de restarle al estado central su poder se necesita que un grupo de personas vean en el centralismo un obstáculo a la expansión de sus intereses, ya sean económicos y/o políticos;  en otras palabras, una elite para la cual es insoportable y atentatorio a su estabilidad como clase que otros decidan por ellos, que otros actores, en el centro estatal, tomen las decisiones que les incumben. En apoyo a este argumento se pueden citar los casos históricos de Guayaquil en Ecuador o Santa Cruz en Bolivia, dos regiones que cuando vieron que sus intereses económicos estuvieron en riesgo por el giro político a la izquierda que se daban en el centro, (Correa en Ecuador, Morales en Bolivia) postularon la autonomía como una vía para resguardar sus intereses.

Esto es lo que en mi criterio explicaría el masivo No a los estatutos autonómicos en los departamentos de Potosí y Chuquisaca. En estas regiones no se habrían incubado unas elites poderosas a las que les interese un cambio en la distribución territorial del poder, un grupo de actores que puedan construir una serie de consensos con la sociedad civil a partir de su propio proyecto de región  (que en el fondo es su proyecto de clase). Son elites inútiles que viven al amparo de sus alianzas con los actores del estado central. En Potosí claramente los cooperativistas, (actualmente una elite económica), tiene asegurados sus intereses en base a las alianzas políticas con el MAS. En Chuquisaca, al no haber una elite económica, la nueva elite política ratifica su alianza con el centro para asegurar su  poder.

Por tanto, no hubo mayor entusiasmo por las autonomías en las regiones consultadas porque no existen actores que quieran apuntalar un proceso autonómico. Los grupos de poder a lo sumo trataron de que el estatuto autonómico no vulnere sus intereses. La gran lección de este proceso es que las autonomía no solo necesitan quien las escriba sino quien las defienda.