jueves, 13 de marzo de 2014

¿TIENEN RACIONALIDAD LAS ALIANZAS DE LA OPOSICIÓN EN BOLIVIA?

En Bolivia, en los últimos días hemos visto configurarse alianzas entre partidos de la oposición con miras a las elecciones presidenciales de 2014. Tomando como referencia a la oposición venezolana que logró unirse en torno a la figura de Henrique Capriles en las presidenciales de 2013 y  de lo exitosas que resultaron, en el plano local, las alianzas para las elecciones municipales de las alcaldías de las ciudades de Sucre y Pando, la oposición boliviana trata de configurar acuerdos con partidos, líderes y movimientos sociales que le permitan hacer frente al candidato y, aún presidente, Evo Morales Ayma quien, según últimas encuestas, supera el 45% de la  intención de voto.
Sin embargo, estas alianzas y la probabilidad de ellas, han sido sometidas a crítica y a descalificación, ya que ponen en tensión actores, identidades y lógicas políticas que confrontadas en el pasado. De esta manera, la alianza entre Samuel Doria Medina, empresario y líder de la opositora Unidad Nacional (UN), con el exdirigente del indigenista Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ)  Rafael Quispe; y el acercamiento entre el líder izquierdista del Movimiento Sin Miedo (MSM) Juan del Granado y el liberal y autonomista Rubén Costas, configurarían lo que un analista de televisión calificó como una “orgía ideológica”, donde izquierdistas cohabitan con liberales del oriente y los capitalistas arman una soberbia fiesta con los indigenistas de los andes,  sin más objetivo que la simple y llana toma del poder.
El objetivo de este artículo no es discutir acerca de la naturaleza ética o no de estas alianzas, sino de plantear la racionalidad política que está debajo de las mismas. Postulo que las mismas pueden entenderse como una respuesta electoral a los clivajes y rupturas sociales que configuran las divisiones políticas en Bolivia. Brevemente, se puede decir que hay tres estructuras de división en Bolivia: la social que tiene que ver con los ingresos; la territorial que opone el Estado a la regiones y la étnica que opone la diversidad social y cultural a la homogeneidad estatal. Claro está que ellas no se presentan en estado puro, sino en combinación con distintos grados de influencia, presencia y articulación entre ellas y se expresan tanto en el ámbito político informal, a través de protestas callejeras, como en formas institucionalizadas, como las elecciones. Se dice que son clivajes porque son rupturas lo suficientemente densas como para permanecer por periodos largos de tiempo y lo suficientemente profundas para organizar la competencia política.
Desde inicios hace dos décadas atrás, en Bolivia se han mostrado dos escenarios de conflictividad en el país que señalan estructuras de clivajes.  Primero el clivaje étnico que pudo anudar en torno al mismo proyectos políticos de reconfiguración del estado neoliberal y de reimaginación de la nación; pudo ser la base desde donde se posicionaron liderazgos cuya identidad era la de ser indígenas. Segundo, el clivaje regional, a partir del cual se posicionaron proyectos de cambio en el Estado como las autonomías departamentales y visibilizaron a los movimientos cívicos de los departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando como actores centrales de la política e hicieron aparecer liderazgos que, en sus discursos, enarbolaron el haber sido los defensores de sus regiones ante el histórico centralismo andino.

Dicho esto, las alianzas en el seno de la oposición cobran sentido, los opositores perciben que es necesario posicionarse en torno a, por lo menos, uno de estos clivajes, por ello el liberal UN  se une con un líder visible de la lucha indigenista como es Rafael Quispe; y el izquierdista Juan del Granado líder del MSM busca pactar con uno de los líderes más destacados del movimiento regionalista cruceño como Rubén Costas. En ese sentido, este esquema de alianzas está lejos de ser una “orgía ideológica”, es más bien una estrategia política que apuesta a ubicarse en el campo político que estructura los esquemas de división estructural y que hoy configuran el campo político bolivianos: lo étnico y lo regional.