En Bolivia, en los últimos días
hemos visto configurarse alianzas entre partidos de la oposición con miras a
las elecciones presidenciales de 2014. Tomando como referencia a la oposición
venezolana que logró unirse en torno a la figura de Henrique Capriles en las
presidenciales de 2013 y de lo exitosas
que resultaron, en el plano local, las alianzas para las elecciones municipales
de las alcaldías de las ciudades de Sucre y Pando, la oposición boliviana trata
de configurar acuerdos con partidos, líderes y movimientos sociales que le
permitan hacer frente al candidato y, aún presidente, Evo Morales Ayma quien,
según últimas encuestas, supera el 45% de la
intención de voto.
Sin embargo, estas alianzas y la
probabilidad de ellas, han sido sometidas a crítica y a descalificación, ya que
ponen en tensión actores, identidades y lógicas políticas que confrontadas en
el pasado. De esta manera, la alianza entre Samuel Doria Medina, empresario y
líder de la opositora Unidad Nacional (UN), con el exdirigente del indigenista
Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ) Rafael Quispe; y el acercamiento entre el
líder izquierdista del Movimiento Sin Miedo (MSM) Juan del Granado y el liberal
y autonomista Rubén Costas, configurarían lo que un analista de televisión
calificó como una “orgía ideológica”, donde izquierdistas cohabitan con
liberales del oriente y los capitalistas arman una soberbia fiesta con los indigenistas
de los andes, sin más objetivo que la
simple y llana toma del poder.
El objetivo de este artículo no
es discutir acerca de la naturaleza ética o no de estas alianzas, sino de
plantear la racionalidad política que está debajo de las mismas. Postulo que
las mismas pueden entenderse como una respuesta electoral a los clivajes y
rupturas sociales que configuran las divisiones políticas en Bolivia. Brevemente,
se puede decir que hay tres estructuras de división en Bolivia: la social que
tiene que ver con los ingresos; la territorial que opone el Estado a la regiones
y la étnica que opone la diversidad social y cultural a la homogeneidad
estatal. Claro está que ellas no se presentan en estado puro, sino en combinación
con distintos grados de influencia, presencia y articulación entre ellas y se
expresan tanto en el ámbito político informal, a través de protestas callejeras,
como en formas institucionalizadas, como las elecciones. Se dice que son clivajes
porque son rupturas lo suficientemente densas como para permanecer por periodos
largos de tiempo y lo suficientemente profundas para organizar la competencia
política.
Desde inicios hace dos décadas
atrás, en Bolivia se han mostrado dos escenarios de conflictividad en el país
que señalan estructuras de clivajes.
Primero el clivaje étnico que pudo anudar en torno al mismo proyectos
políticos de reconfiguración del estado neoliberal y de reimaginación de la
nación; pudo ser la base desde donde se posicionaron liderazgos cuya identidad
era la de ser indígenas. Segundo, el clivaje regional, a partir del cual se
posicionaron proyectos de cambio en el Estado como las autonomías
departamentales y visibilizaron a los movimientos cívicos de los departamentos
de Santa Cruz, Beni y Pando como actores centrales de la política e hicieron
aparecer liderazgos que, en sus discursos, enarbolaron el haber sido los
defensores de sus regiones ante el histórico centralismo andino.
Dicho esto, las alianzas en el
seno de la oposición cobran sentido, los opositores perciben que es necesario
posicionarse en torno a, por lo menos, uno de estos clivajes, por ello el
liberal UN se une con un líder visible
de la lucha indigenista como es Rafael Quispe; y el izquierdista Juan del
Granado líder del MSM busca pactar con uno de los líderes más destacados del
movimiento regionalista cruceño como Rubén Costas. En ese sentido, este esquema
de alianzas está lejos de ser una “orgía ideológica”, es más bien una
estrategia política que apuesta a ubicarse en el campo político que estructura
los esquemas de división estructural y que hoy configuran el campo político
bolivianos: lo étnico y lo regional.