Hace cien años la ciudad de Sucre atravesaba la peor crisis de su historia: sus principales flujos económicos y comerciales habían sido rotos; su elite económica, otrora asentada en torno a los llamados “barones de la plata” fue sustituida por los no menos poderosos e influyentes mineros del estaño y, gobernaba Bolivia, el liberal, Ismael Montes, líder del Partido que se había enfrentado a los sucrenses en la Guerra Federal.
La conmemoración del centenario del 25 de mayo de 1809, no lucía muy prometedora, literalmente lo vientos soplaban en contra. Sin embargo se festejó y se homenajeó con dignidad y grandeza. La elite sucrense, con una lúcida visión encontró en los festejos del centenario la posibilidad de insuflar fe y esperanza a un pueblo que, a nueve años de la guerra federal, probablemente se sentía derrotado. Sabía que los hechos históricos y sus narraciones son letra muerta si no sirven para crear futuro o para inventarse uno. El 25 de mayo se ofrecía como una magnífica ocasión para recordar un glorioso pasado donde los sucrenses puedan reconocerse e identificarse. Así se hizo.
Se arbolaron parques, se refaccionaron obeliscos; se descubrieron las estatuas de Sucre y Monteagudo; se ejecutaron varios desfiles; se desarrollaron reuniones y encuentros; se presentaron exposiciones, certámenes literarios y musicales; se hicieron fiestas, bailes y partidos de fútbol y, en homenaje al 25 de mayo, se entregó la primera Normal de maestros, todo, en presencia del Presidente Ismael Montes, de su heredero político Guachalla y de José Manuel Pando, a quienes los imaginamos sorprendidos por tantas muestras de civismo y organización.
Llama la atención de estos festejos dos cosas: la adhesión de los estratos populares y, la ausencia, o mejor, prescindencia del Estado. Si bien Sucre en 1909 es una sociedad estamentaria, donde se mantienen las odiosas diferencias entre castas, que hacen que los indios y mestizos no participen de las definiciones políticas, los festejos del centenario antes de separarlos los incluye, antes de impedir su participación los invita. De este modo, los festejos se hacen verdaderamente numerosos y apoteósicos, dignos de un hecho histórico como el 25 de mayo de 1809 que, dicho sea de paso, hubiera sido imposible sin la participación de la llamada plebe. Así, junto a la elite, junto a los Arce, Abecia, Argandoña, Paravicini, Lambertin y Sainz, participan los albañiles, hojalateros, músicos, guitarreros, aurigas, matarifes, cigarreros, sastres; sociedad de socorros mutuos, escuelas fiscales, particulares, municipales y orfanatorios, en un homenaje a la ciudad muy pocas veces visto.
Por otro lado, sin lágrimas y sin rencores, toda esta organización responde al interés y determinación de un grupo de personas que prescinden casi en todo de la colaboración del Estado. Llevan a cabo la conmemoración del Centenario con los aportes de su propio dinero y de la población que, entusiasta, se adhiere a los festejos. Prueba de ello son los monumentos de Sucre y Montegudo cuya comisión, a la cabeza de Urriolagoitia y Sainz, trabajó desde 1907 con este propósito. Ni qué decir de otras, como la refacción de la Basílica Metropolitana, donde se gastó más de 100.000 bolivianos, mitad de los cuales corresponde a los donativos de la feligresía sucrense.
Las comparaciones, en este caso, son inútiles. Nadie, razonablemente puede pensar que el mayo de 1909, fue igual o peor que el de 2009: son otras las situaciones y otros los contextos. Sin embargo, si algo distingue a los hombres y mujeres que organizaron los festejos del centenario en 1909 es que ellos conocían de historia y tenían un concepto nada frívolo de su responsabilidad.