En su libro de memorias titulado Vivir para contarla, Gabriel García Márquez nos relata un episodio de su vida de estudiante: el joven bohemio aprendiz de escritor, está recién llegado a Bogotá para rendir un examen de ingreso al colegio y, como el frío y la incertidumbre de esos días dan para el pesimismo decide irse, junto a los músicos de un buque, a rondar por cantinas de mala muerte en un barrio llamado “de las Cruces”, en las afueras de Bogotá. Como este singular grupo se encontraba sin más dinero ni más riqueza que la de su música, nos dice García Márquez que ellos se pusieron a cantar “al precio de media canción por un vaso de chicha , la bebida bárbara de maíz fermentado que los borrachos exquisitos refinaban con pólvora” (:25 resaltado nuestro).
Por su parte, Estanislao Just Lleo, en su Comienzos de la independencia en el Alto Perú, al narrar los acontecimientos del 25 de mayo de 1809 en La Plata, hoy Sucre, nos señala algo parecido. Dice Just:
“Mientras tanto en la plaza los gritos de traición, y vivas de la república acompañaban los insultos al presidente. La plebe amotinada dirigida por un grupo de criollos entre los que se podían señalar a los Zudañez y Lemoines, Malavía, Monteagudo, Toro, Miranda, Sivilat, etc, etc.. se iba cada vez excitando más, gracias al aguardiente que mezclado con pólvora se les iba repartiendo, y al dinero que recibían de algunos de aquellos dirigentes por dar gritos y vivas a Fernando VII y mueras al gobierno” (:120-121 resaltado nuestro)
Ya sea un recurso literario (la hipérbole), usada por el escritor colombiano o una narración histórica ajustada a la “verdad” de las fuentes como es el caso de Just[1], lo cierto de todo esto es que tanto la chicha como el aguardiente es una bebida consumida por la plebe, aunque con fines diferentes y, naturalmente, en tiempos y escenarios distintos, pero que tienen un ingrediente inverosímil: la pólvora.
En el primer caso, la pólvora refina y mejora el sabor de la bebida y, en el segundo, sirve como catalizador de las inclinaciones violentas de la cholada chuquisaqueña. Los bebedores bogotanos la toman de manera voluntaria y conocedores de las capacidades saborizantes de la pólvora y, en el caso de La Plata, la bebida esta es mezclada por los líderes de la revolución y ofrecida a la plebe para hacer más “explosiva” su revuelta lo que, dicho sea de paso, ciertamente ocurrió, ya que no se puede entender la liberación de Jaime de Zudañez y el encarcelamiento del odiado Presidente Pizarro en el 25 y 26 de mayo respectivamente, sin la imprescindible participación de la plebe que, como saldo trágico de sus acciones tuvo que enterrar esos días más de treinta muertos.
Siguiendo a Octavio Paz, en uno de sus ensayos de Corriente alterna, diremos que en mayo de
1809 hay dos procesos sociales paralelos: revolución y revuelta. La primera pensada y planificada por la clase media charquina, compuesta por los oidores y abogados de la Universidad San Francisco Xavier, con ideología, objetivos y estrategia clara y, donde la frase, ¡viva Fernando VII! sirve como válido pretexto para el logro de sus ambiciones políticas y, por otra parte, una revuelta, popular y plebeya, que ve en el presidente Pizarro a un traidor y a un abusivo y que, en el caos de los sucesos del 25 de mayo, una ocasión para pisotear y execrar los símbolos de poder que los humilla y posterga. La revolución nos remite a discusiones en la Academia Carolina, nos hace pensar en los textos de Voltaire y Rousseau leídos y discutidos por los universitarios de Charcas, la revuelta, en cambio, nos remite a las alegres cantinas y a los anónimos pasquines. De los primeros el héroe se llama Jaime de Zudañez y de los segundos “Quitacapas”. Para los revolucionarios queda la gloria y la eternidad y para los revoltosos el anonimato y quizá el olvido.
La memoria y la identidad de los pueblos se construyen en base a olvidos, creaciones y fantasías. Mucho de lo escrito a propósito del 25 de mayo es también la historia del olvido de la participación popular, y la magnificación de la participación de la clase media y acomodada en los sucesos. Por ello, el 25 de mayo de 2009, ofrece la insustituible oportunidad para también rendir homenaje a quienes, bebiendo aguardiente con pólvora, participaron en los hechos del 25 de mayo de 1809 y, a su manera, construyeron la república.
Sucre, 5 de noviembre de 2008.
[1] Estanislao Just para dar mayor certidumbre a esta afirmaciones, en su nota 64 de su segundo capítulo señala que: “Igualmente testifica una serie de vecinos que el aguardiente que daban estaba mezclado con pólvora, que según se creía excitaba más”.
La memoria y la identidad de los pueblos se construyen en base a olvidos, creaciones y fantasías. Mucho de lo escrito a propósito del 25 de mayo es también la historia del olvido de la participación popular, y la magnificación de la participación de la clase media y acomodada en los sucesos. Por ello, el 25 de mayo de 2009, ofrece la insustituible oportunidad para también rendir homenaje a quienes, bebiendo aguardiente con pólvora, participaron en los hechos del 25 de mayo de 1809 y, a su manera, construyeron la república.
Sucre, 5 de noviembre de 2008.
[1] Estanislao Just para dar mayor certidumbre a esta afirmaciones, en su nota 64 de su segundo capítulo señala que: “Igualmente testifica una serie de vecinos que el aguardiente que daban estaba mezclado con pólvora, que según se creía excitaba más”.