martes, 27 de septiembre de 2016

UNIVERSIDAD, DEMOCRACIA Y CALIDAD ACADÉMICA


A luz de las noticias que tenemos de la universidad quizá estemos presenciando, de una manera trágica, el agotamiento de una forma de pensar la misma, el fracaso de un modelo que ha funcionado más o menos bien en las décadas pasadas, pero que ahora no puede resolver de manera efectiva y objetiva dos problemas: democracia universitaria y calidad académica.

En el primer caso, la democracia ha sido funcionalizada por grupos de poder y ha dejado de ser un mecanismo para la consulta de la población universitaria. Para graficarlo, basta señalar que en cada proceso eleccionario de autoridades y de centros estudiantiles, la universidad corre el serio riesgo de terminar destruida por el conjunto de presiones derivadas del establecimiento de mecanismos de captura de voto, más parecidos a unas elecciones que se realizaban en el siglo XIX (esa del cheque contra el cheque y el billete contra el billete de 1884), que las realizadas en el actual periodo democrático. Esto pasó en la Juan Misael Saracho de Tarija, que en 2015  estuvo con sus actividades paralizadas por más de dos meses, por disputas en torno a la elección del Rector; ocurrió también en la Gabriel René Moreno de Santa Cruz donde la polarización política, la violencia y las denuncias de irregularidades derivaron en la anulación de elecciones; y, como van las cosas, también puede pasar en la San Simón de Cochabamba, que ya tiene el antecedente de una suspención de actividades por asuntos derivados de la forma de selección del personal docente.


                                         Foto, Javier Calvo


En este contexto, las tomas físicas de los predios universitarios, las denuncias de uno y otro lado, y hasta las agresiones físicas, se han convertido en moneda corriente, a tal punto que no sorprende el hecho de que una facultad amanezca bloqueada por determinado bando político.

El segundo aspecto tiene que ver con la calidad universitaria, en concreto con el posicionamiento internacional de las universidades de Bolivia (lamentablemente no tenemos un ranking boliviano) en el mapa de calidad de instituciones de educación superior. En todos los rankins de universidades, el lugar que ocupan las superiores casas de estudio de nuestro país es uno de los más bajos. Solo para señalar la que más revuelo ha causado,  la  denominada "webometric": en ella la UMSA ocupa el primer lugar entre todas las bolivianas, pero a nivel mundial está en el 3.025, lejos, bastante lejos, de las universidades que lideran estos rankins.

Empero, más allá de esta situación, estos datos están indicando que la actual  universidad hace poca investigación; que sus docentes casi no escriben en revistas indexadas y que sus estudios, de los pocos que existen, no son citados por trabajos de investigación de otros centros académicos. En suma, las superiores casas de estudio no son referentes de la academia a nivel internacional.

Algo no está funcionando en la universidad: su actual modelo de democracia corre el riesgo de fagocitarse a la universidad dejándola sin capacidad de funcionamiento normal y su modelo académico no vincula enseñanza con investigación.

En contraste, estas instituciones, exhiben grandes avances en presencia de ella en las provincias, en prestaciones sociales y en equipamiento; también hay notables avances en la profesionalización de posgrado de los docentes y en número de egresados y titulados. Esa es la base, importante, pero no es suficiente, hace falta dar el gran paso hacia una nueva universidad.

Para lograrlo es necesario repensar en nuevas formas de plantear la democracia, una que amplíe la posibilidad de participación y reduzca la influencia de los grupos de poder; a su vez que sea una institución que dialogue con el conocimiento de otros centros superiores de estudio.

Dicen los textos de autoayuda, (de esos que escriben tipos como Paolo Coelho) que el primer paso para salir de un problema es reconocer que el problema existe. La universidad debe mirarse al espejo y actuar en consecuencia. 

                                                                                                              

lunes, 12 de septiembre de 2016

EL SENTIDO EXTRAVIADO DE LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA

Uno de los rasgos centrales de la autonomía universitaria es que ella ampara el libre pensamiento como condición previa e imprescindible para la crítica al poder.
Cuando en 1918 los universitarios de Córdova lucharon por la reforma universitaria y, dentro de ella por la autonomía, lo hicieron para que los gobiernos y el clero no intervinieran ni dirigieran el pensamiento en determinado sentido. Como señala al respecto Carlos Tunnermann, la autonomía se planteó como el “instrumento capaz de permitir a la universidad el desempeño de una función hasta entonces inédita: la de crítica social”


Por esta razón, a los ojos de todos los gobiernos, pero en especial de los dictatoriales, la autonomía universitaria siempre estuvo bajo sospecha y ataque. Los regímenes militares cerraron las superiores casas de estudios con la finalidad de retener la fuerza de movilización del estamento universitario y lógicamente para controlar su pensamiento, su crítica.
Sin embargo las universidades resistieron: pese a que en Bolivia a partir de 1964 los gobiernos militares intentaron intervenir sus aulas, esto no impidió la aparición de un pensamiento crítico que se nutrió teóricamente del nacionalismo, del marxismo y del indigenismo.  Ahí están las obras de René Zavaleta, de Marcelo Quiroga, de Sergio Almaraz, de Guillermo Francovich, de Gunnar Mendoza y de Max Flores, como testimonios de la capacidad de hacer ciencia al margen del aval del estado.
Más tarde, con el advenimiento del neoliberalismo, los intelectuales universitarios perdieron vigencia porque sus parámetros teóricos, profundamente imbuidos de nacionalismo, ingresaron en crisis. A cambio surgió un tipo de investigadores que trabajó en torno a temas como la gobernabilidad y la economía de mercado pero, en muchos casos, fuera de la universidad, en entidades internacionales o en organismos no gubernamentales donde las condiciones para la investigación eran comparativamente mejores. Si se hace un recorrido por la producción bibliográfica relevante en ciencias sociales de los últimos treinta años, se concluye que una buena porción de las investigaciones son apoyadas, financiadas y publicadas por instituciones internacionales. No es casual que, en este contexto, por ejemplo el Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) tenga más producción bibliográfica en ciencias sociales que cualquier universidad de nuestro país.
Esta misma característica tuvo la corriente indigenista que nació con el proceso político de giro a la izquierda en Bolivia, esa que nace sobre las cenizas del modelo neoliberal. El grupo “Comuna” de García, Prada y Tapia así como el grupo del Taller de historia Andina de Silvia Rivera, no crecen dentro de la universidad sino fuera, en los espacios de las organizaciones sociales, en la sociedad civil.
De esta manera, las universidades que durante largo tiempo quedaron huérfanas de liderazgo académico, tienen autonomía pero no hacen crítica social; la constitución garantiza su derecho al libre pensamiento pero no existen espacios de discusión académica; tienen autonomía pero ella no sirve para desarrollar ciencia. La simple constatación de que las universidades bolivianas adolecen retraso respecto de sus pares de América Latina es una prueba. La autonomía ha perdido su característica para la cual fue creada: ser el garante para el desarrollo libre de la ciencia. 
Ante esta pérdida del significado de la autonomía, el extravío de su sentido original, la autonomía se ha convertido en un dispositivo discursivo para legitimar la lucha por el poder; en un justificativo para mantener privilegios o para conseguirlos, con el obvio resultado de ruptura de normas y de institucionalidad. Por ello, es muy sintomático que los actores universitarios utilicen a la autonomía como un recurso retórico para legitimar sus ambiciones.  ¿Acaso no es la autonomía y su vigencia la que se coloca como argumento para mantenerse en el poder? ¿no es cierto que la autonomía es invocada para violentar la norma universitaria ya sea para acceder a mayores recursos así como para impedir que otros grupos se hagan de ellos?

Por ello urge retomar el sentido original de la autonomía, se hace imprescindible superar su extravío y colocar  a la universidad acorde a los desafíos del nuevo siglo: moderna y volcada a la investigación. En el momento en que la universidad retome su rol de liderar la investigación, recién la autonomía habrá recuperado el objetivo para la cual fue creada. 

lunes, 5 de septiembre de 2016

LOS ANDES NO CREEN EN DIOS NI EN EL ESTADO

Una de las mayores incógnitas en estos días debe ser las razones del trabajo minero en las cooperativas. ¿Por qué, pese a la dureza del trabajo en la mina, a lo mal remunerado, los mineros continúan horadando la montaña? ¿Cuál es la causa de que, pese a la evidencia de explotación laboral y recorte de derechos laborales, recién ahora exista un atisbo de sindicalización en las minas?  ¿Por qué, a pesar de que el trabajo en la mina reduce la vida de las personas, continúa atrayendo una gran cantidad de mano de obra?
Una de las respuestas, la más común, es que en las cooperativas existe un grupo de explotadores que se aprovechan del trabajo ajeno, que medran de la necesidad de empleo de gente pobre, (la mayoría de origen rural) y lo usan en su provecho para enriquecerse.  Sin embargo, este asunto puede ser más complejo de lo que a primera vista parece.

En el interesante libro titulado Los ministros del diablo de la antropóloga Pascale Absi se cuenta la historia de Fortunato, un minero cooperativista que, en su juventud, llegó a ser uno de los mineros más acaudalados del cerro rico de Potosí pero que con el pasar del tiempo perdió/dilapidó toda su riqueza tanto que ahora se lo puede ver trabajando como curandero adivino.   Lo que interesa saber es ¿Cómo llegó a tener tal riqueza? Trabajando como minero está claro, pero ayudado por un gran golpe de suerte que le hace descubrir un rico filón de estaño que le cambia la vida por completo, tanto así que era uno de los padrinos más codiciados de promociones de bachillerato, de matrimonio, de bautizo y, según señala en su libro Absi “como no sabía qué hacer con su dinero, decidió, empapelar con billetes las paredes de sus casas”.
La clave aquí es que la riqueza de Fortunato no hubiera sido posible como trabajador de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), ni como asalariado de una minera privada. En ambos casos igual hubiera recibido su salario y quizás una felicitación de gerencia, nada más. En ese sentido, solo dentro de un esquema cooperativista, el minero puede pensar en hacerse rico, ya que permite la constitución de un minero  “libre”, es decir dueño de un paraje minero, de una bocamina que explota bajo su cuenta y riesgo. En otras palabras, lo que mueve a seguir trabajando al cooperativista es que no lo hace para un tercero sino para si mismo, y lo hace en una labor donde existe la  gran probabilidad de que de que aparezca un grueso filón que lo haga rico. Es cierto que los cooperativistas contratan mano de obra, los llamados “segundas manos”, pero es probable que en ellos también se encuentre la expectativa de ser socios cooperativistas y así soñar con ser ricos algún día. Para ellos, en cierta medida, ser solo trabajadores asalariados es frenar sus posibilidades de ser Fortunatos en algún momento, dejar de lado el objetivo de trabajar su propio paraje minero y de tener la posibilidad de descubrir una veta prodigiosa.
Por supuesto que esta expectativa, esta esperanza, no puede funcionar si a la vez no se considera a la mina, a la montaña (Absi sitúa su trabajo en la mina del cerro rico de Potosí) una entidad viva, una suerte de deidad que se encarga tanto de proveer riqueza como de quitarla. No puede darse sin tomar en cuenta el pacto que el minero entabla con el diablo que, en esta concepción, es el dueño de las vetas, y a quien los mineros hacen ofrendas como “unas hojas de coca, cigarrillos y alcohol, ocasionalmente un feto de llama”. 
En suma, el mundo minero es sumamente complejo, no admite una lectura parcializada ya que en él juegan aspectos religiosos, sociales, políticos que muchas veces son desconocidos por el Estado y que por tanto no puede aplicar políticas públicas efectivas destinadas a este sector. Adolfo Costa Du Rels a propósito de los mineros puso como título de su novela “Los andes no creen en dios” yo creo que tampoco creen en el Estado.